El 15 de abril, el arzobispo Gómez pronunció el discurso de apertura para los promotores de la fe católica convocados por la Conferencia Católica de Minnesota en el capitolio del estado. Originalmente programado para ser un evento en persona, los organizadores lo cambiaron a un formato virtual a raíz de la reciente violencia que se suscitó después de que una agente de policía le disparó a Daunte Wright, en Brooklyn Center, cerca de Minneapolis. A continuación, presentamos el texto de los comentarios del Arzobispo, difundidos a través de Zoom.

Gracias por su amable bienvenida, Arzobispo Hebda. Lamento mucho que no podamos estar hoy todos juntos “en persona”.

Amigos míos, en nombre del pueblo católico de Los Ángeles y de los obispos de la nación, quiero decirles que estamos orando por todos ustedes y por toda la Iglesia de Minnesota en este tiempo de prueba.

Oramos por la paz y por la justicia y oramos también por las familias de todos los involucrados en este reciente acto de violencia.

Pueden contar con el hecho de que la Iglesia sigue comprometida con ofrecerles un liderazgo a largo plazo en la lucha contra el racismo a todo lo largo y ancho de Estados Unidos.

El racismo, como todos sabemos, es un pecado grave, una enfermedad espiritual y una injusticia social. Necesitamos permanecer unidos en la Iglesia, como una sola entidad, para erradicar este mal de nuestro propio corazón, del corazón de nuestro prójimo y de las estructuras de nuestra sociedad.

Este programa, “Católicos en el Capitolio” es un testimonio importante de la perspectiva que tiene la Iglesia sobre la justicia social y el bien común. Ahora que ustedes participan en este programa, pensé que sería bueno que reflexionáramos juntos sobre la última encíclica social del Papa Francisco, “Fratelli Tutti” y sobre lo que significa para nuestra misión en este tiempo.

“Fratelli Tutti” es la primera encíclica papal que ha sido escrita durante una plaga mundial. Y el Papa está trazando ahí un proyecto para reconstruir el mundo después de esta pandemia. Un proyecto que no sólo es político y económico, sino también espiritual, cultural y moral.

El Papa, al igual que nosotros, reconoce que la pandemia de coronavirus ha puesto de manifiesto la existencia de profundas desigualdades dentro de nuestras sociedades y que la pandemia, ha empeorado, de muchos modos, esas desigualdades.

En la encíclica él habla también acerca del aumento del racismo y del nacionalismo, de las luchas de los inmigrantes y refugiados y de temas críticos como la pena de muerte, la guerra y la pobreza. Pero él profundiza todavía más al ofrecer una especie de “lectura profética” de los signos de los tiempos.

El Papa Francisco nos previene contra esas corrientes que hay en nuestras sociedades, que distorsionan deliberadamente la historia para manipular a las personas.

A él le preocupa que los significados de palabras tales como “libertad”, “justicia” y “unidad” estén ahora siendo “alterados y moldeados para servir como herramientas de dominación, como etiquetas sin sentido que pueden usarse para justificar cualquier acción”.

Él habla sobre la polarización y el extremismo y sobre el colapso de la política, la cual, dice él, tiene que ver ahora totalmente con el poder y el control y no con buscar mejorar la vida de las personas o promover el bien común.

El Papa ve también que un “individualismo radical” y un “mundo del descarte” están en el centro de algunas tendencias preocupantes de nuestras sociedades: la disminución de las tasas de natalidad, el vergonzoso tratamiento de los ancianos, la destrucción de los no nacidos. “Sólo cuentan nuestros intereses individuales”, dice.

También hace una advertencia acerca la concentración de poder en las empresas y redes de comunicaciones, que son ahora capaces de manipular la conciencia de la gente y el proceso democrático, difundiendo “información falsa... prejuicios y odio” [v].

Éstos son solamente algunos de los muchos temas que aborda el Papa en este desafiante documento. Como dije, es un documento profético, pero creo que también es muy práctico porque el Papa habla también acerca de los fundamentos de nuestro compromiso católico de construir una sociedad y un mundo mejores.

En el corazón de “Fratelli Tutti” se encuentra la simple y hermosa perspectiva del Evangelio: la de que Dios, nuestro Padre, ha creado a cada ser humano con santidad y dignidad, con iguales derechos y deberes, y que nuestro Creador nos llama a formar una única familia humana, en la que vivamos como hermanos y hermanas.

El Papa quiere que la Iglesia esté a la vanguardia dentro de la sociedad, para ayudar a que nuestros prójimos vean que estamos llamados a crear una comunidad compartida en la que toda persona humana sea querida y respetada.

Hacia el final de “Fratelli Tutti”, el Santo Padre ofrece una hermosa reflexión sobre la importancia que tiene para nosotros el conservar nuestra identidad cristiana dentro de nuestro trabajo a favor del bien común de la sociedad.

Él escribe: “Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo”.

Amigos, esto es algo muy importante. ¡Somos seguidores de Jesucristo! No somos liberales o conservadores. La Iglesia no es un partido político y nosotros no somos activistas. Somos católicos. Antes que ninguna otra cosa, ésta es nuestra identidad, esto es lo que somos.

Eso significa que nuestra visión y nuestro enfoque de la justicia social deben ser diferentes. Como católicos, partimos de supuestos muy definidos acerca del propósito de la sociedad, del significado de la vida y de la felicidad de la persona humana.

Si creemos que Dios es nuestro Padre, entonces debemos creer y actuar como si todos los hombres y las mujeres fueran nuestros hermanos y hermanas. Si creemos que Jesús murió por amor a todos, entonces sabemos que “nadie queda fuera de su amor universal”, como escribe el Papa.

Como sabemos, en la actualidad, nuestra política y nuestra cultura son agresivamente seculares. Lamentablemente, algunos de nuestros presentes líderes parecen querer cerrarle las puertas de nuestra sociedad a las ideas y a los valores cristianos. Me preocupa la creciente censura de los puntos de vista cristianos en internet, en las redes sociales y en otras áreas de debate público.

Estas tendencias y direcciones de nuestra sociedad equivalen a un rechazo de los principios fundacionales de Estados Unidos, y las consecuencias de esto no son saludables para nuestra sociedad.

Los fundadores de Estados Unidos fueron sabios, ellos entendieron las realidades de la debilidad y del pecado humanos. La democracia que construyeron depende de la virtud y de la moralidad de los ciudadanos. Los fundadores supusieron que nuestra moral pública se fundamentaría en creencias y prácticas religiosas individuales. Y sabían que, sin unos cimientos religiosos y morales sólidos, los compromisos de Estados Unidos con la igualdad y la libertad humanas no podrían sostenerse.

El Papa Francisco pone énfasis también en este punto cuando habla sobre la difusión del secularismo en las sociedades occidentales.

El punto central es éste: Cuando perdemos el sentido de Dios, cuando perdemos el sentido de que la vida humana es el don de un Creador amoroso, llegamos a perder el sentido del verdadero significado de la persona humana y del bien común. Sin Dios, nuestra política se ve reducida a una especie de lucha de poder entre intereses que rivalizan entre sí. Y, como sabemos, siempre son, lamentablemente, los pobres y vulnerables los que quedan acaban sufriendo a manos de los poderosos y privilegiados.

En pocas palabras, a menos que creamos en un Dios que es nuestro Padre en el cielo, no encontraremos ninguna razón para tratarnos unos a otros como hermanos y hermanas sobre la tierra. Ésa es una enseñanza clave de “Fratelli Tutti”.

Ahora bien, ¿qué significa esto para ustedes y para mí como católicos? En primer lugar, significa que tenemos que insistir, como el Papa Francisco insiste, en que la libertad religiosa es un derecho fundamental.

Pero también significa que tenemos que insistir en que la Iglesia tiene que hacer una contribución fundamental para promover la justicia social y para ayudar a moldear la dirección de la sociedad estadounidense. No podemos permitir que la Iglesia sea simplemente tratada como una organización caritativa o un lugar en el que la gente reza.

Eso requiere valor y convicción de nuestra parte. Hemos de defender nuestros derechos y tenemos que vivir nuestra fe en nuestra vida diaria con alegría y confianza.

Mis queridos amigos, especialmente en este momento, necesitamos recuperar nuestra identidad como ciudadanos fieles y como discípulos misioneros.

Tenemos que proclamar a Jesucristo y hemos de hacer la parte que nos corresponde para promover el plan de nuestro Señor para la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y poseedora de igual dignidad y derechos, y de un propósito divino. Este hermoso plan es el don que la Iglesia puede aportar al presente diálogo que hay en nuestra sociedad acerca del tipo de país que deseamos.

Y como decía yo, nuestra visión de la justicia social es muy clara y distintiva. Lo es, porque nosotros creemos que el ser humano es un hijo de Dios y porque creemos que Dios tiene un hermoso plan de amor para cada vida humana.

El Papa Francisco nos pone en guardia contra la tentación de las “visiones antropológicas reductivas”, esas perspectivas seculares que disminuyen la gran dignidad de la persona humana. Lamentablemente, nos encontramos con semejantes “visiones reductivas” en algunas de las teorías e ideologías críticas que están ganando terreno en nuestra vida pública.

Aunque Estados Unidos se ha vuelto muy secular, el impulso religioso no ha muerto. De hecho, para algunos de los líderes culturales y políticos y para algunos de nuestros prójimos, la política parece haberse convertido en su nueva religión. Ésa es una de las razones por las que nuestra política se ha vuelto tan cruel e intransigente, tan carente de misericordia y de esperanza.

Pero, una vez más, el problema es la pérdida de Dios. Cuando negamos a Dios, perdemos la verdad acerca de para qué sirve la vida humana, perdemos la verdad de la trascendencia humana. Eso significa que las perspectivas estrictamente seculares de la justicia social, aun cuando sean bien intencionadas, no pueden llevarnos a crear políticas y condiciones sociales que estén realmente al servicio del florecimiento humano.

Desde la perspectiva católica, la justicia social no tiene que ver con la identidad personal ni con el poder grupo ni con la obtención de una mayor cantidad de bienes materiales. La verdadera justicia social consiste en edificar una sociedad en la que la gente pueda ser buena, una sociedad en la que las personas puedan amarse y cuidarse unas a otras, en la que puedan encontrar a Dios y saber que fueron creadas para el cielo. Y la verdadera justicia social nunca podrá obtenerse sin la sencillez de la bondad humana, de la compasión y del perdón.

Como católicos, estamos llamados a mantener viva la verdad sobre la persona humana: la verdad de que cada una de las personas de nuestra sociedad tiene un alma que está destinada a la eternidad y que tiene un significado y un propósito que trasciende a este mundo. Como católicos, creemos también que el propósito más básico del gobierno y de la política es proteger la santidad y la dignidad de la persona, desde el momento de su concepción hasta el momento en que exhala su último aliento.

Amigos míos, nuestra tarea en estos momentos es comunicarle esta hermosa perspectiva a nuestro discurso público para despertar esta conciencia del amor de Dios en el corazón de nuestros hermanos y hermanas.

En estos momentos también tenemos el importante deber de ser pacificadores y reconciliadores. Hemos de propiciar la unión entre la gente y ayudarlos a hacerse conscientes de la humanidad que compartimos.

Podemos estar en desacuerdo con la gente, eso es parte de la democracia y necesitamos tener conversaciones e incluso discusiones acerca de lo que es mejor para nuestro país. Y estaremos en desacuerdo con las ideas que niegan a Dios y que amenazan la dignidad humana.

Pero nunca podemos ceder al odio, ni tratar a los demás como enemigos o despreciarlos. Incluso si los demás nos tratan injustamente o nos insultan. Como católicos, tenemos que dejar que Dios sea el juez. Nuestra tarea es proclamar a Cristo, amar a nuestros enemigos y actuar con amor para persuadir a la gente y para cambiar los corazones y las mentes de los demás.

No olvidemos nunca que el mensaje del Evangelio se transmite, no solamente por medio de nuestras palabras, sino con el testimonio de nuestra vida.

Con nuestro ejemplo, tenemos que ayudar a nuestra sociedad a comprender que todos somos hermanos y hermanas. Y hemos de hacer esto, como todo los demás de nuestra vida: con humildad y con un corazón alegre.

Quiero exhortarlos a seguir orando y profundizando en las fuentes de nuestra fe: en los Evangelios, en los escritos y la vida de los santos, en la Eucaristía y los sacramentos. Estos son para nosotros, como dice el Papa, la “fuente de la dignidad humana y de la fraternidad”.

Jesús nos enseñó a rezar el “Padre nuestro” porque cada uno de nosotros es un hijo del mismo Creador. Pertenecemos a una única familia. Todos somos hijos e hijas de Dios, creados por su amor divino, con la misma dignidad y compartimos un destino y una esperanza comunes.

Éste es el mensaje que la Iglesia ha proclamado al mundo desde el principio. Ahora tenemos que llevarle este mensaje a la gente de nuestro tiempo.

Este proyecto va mucho más allá de la política. Pero para eso estamos aquí. Y si vivimos nuestra fe con un corazón generoso y agradecido, podemos renovar el alma de nuestra nación.

Gracias por la escucha. ¡Que Dios los bendiga a todos ustedes y a sus familias!