Read in English

El 5 de abril, tendré el privilegio de guiar una procesión de nueve kilómetros, desde la Iglesia de Todos los Santos, de Alhambra, hasta la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles; espero que muchos de ustedes puedan acompañarnos.

La hemos llamado “peregrinación de la esperanza” y forma parte de nuestra celebración local del Jubileo de la Esperanza, promulgado por el Papa Francisco para conmemorar el 25º aniversario del nuevo milenio cristiano.

Todo corazón requiere de esperanza ante los desafíos de la vida cotidiana y ante los miedos e incertidumbres del mundo.

En una de las plegarias eucarísticas de Cuaresma, pedimos la libertad de vivir “las realidades temporales como primicias de las realidades eternas”.

Esa libertad es fruto de la virtud de la esperanza. La esperanza no es solamente un sentimiento, ni el ardiente deseo de que todas las cosas salgan bien o de que el futuro mejore. La esperanza es un pilar, un ancla, una de las tres virtudes teologales que constituyen el fundamento de nuestra relación con Dios y de nuestra vida de cristianos.

Si hace ya tiempo que no consultan el Catecismo de la Iglesia Católica, les recomiendo que lo hagan. El breve artículo que habla sobre la esperanza (nn. 1817-1821) es una lectura espiritual inspiradora, especialmente en este Año Jubilar.

La esperanza dirige nuestra mirada al cielo, incluso mientras estamos aún viviendo en este mundo pasajero.

Sólo comprenderemos con claridad los acontecimientos de nuestra vida, al igual que los acontecimientos de este mundo pasajero si los contemplamos a la luz del plan de salvación de Dios, de ese reino que Él va construyendo en la historia, a través de la obra de su Iglesia.

La esperanza nos ofrece esta perspectiva pues nos abre los ojos para que veamos que la verdad y la felicidad que todos anhelamos sólo pueden ser hallados en Dios y en las promesas de Jesús.

En Cristo, descubrimos que fuimos creados por Dios y para Dios, por medio del amor. Ésta es la fuente de nuestra dignidad y lo que define el destino trascendental de nuestras vidas. Hemos sido creados para el cielo y la promesa que Cristo nos hace del cielo es la fuente de nuestra esperanza.

Me parece que no pensamos suficientemente en el cielo. Esto es comprensible porque todos estamos absortos por el ajetreo de la vida y por las exigencias del trabajo, de la escuela y por todas las responsabilidades que tenemos hacia nuestros seres queridos.

Es, pues, importante que nos dediquemos a cultivar la virtud de la esperanza.

La esperanza eleva nuestros corazones hacia el cielo y mantiene nuestras vidas sólidamente ancladas, garantizando que el camino que recorremos en la tierra, sea el correcto.

Jesús nos prometió que él se nos adelantaría para prepararnos un lugar en la casa de su Padre. Y nos demostró su amor al entregar su vida por nosotros en la cruz.

Así que podemos vivir con la confianza de saber que, si recorremos el camino que Jesús estableció para nosotros, si lo amamos y buscamos hacer la voluntad del Padre, como él nos lo enseñó, estaremos para siempre con él en la gloria del cielo.

Cuando vivimos con esperanza, tenemos presente el hecho de que estamos recorriendo el camino que nos conduce al cielo. Y cuando vivimos con esa esperanza, las cosas que hacemos en el curso de nuestra vida van adquiriendo un significado nuevo y más pleno.

En este Año Jubilar, el Papa Francisco nos llama a convertirnos en “peregrinos de la esperanza”.

Esto implica vivir nuestra fe en Jesús con humildad, con alegría y con amor, e implica también buscar activamente el modo de compartir la esperanza que tenemos en Él.

Y conlleva, como dice San Pedro, el estar “dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones de la esperanza de ustedes con sencillez y respeto”.

Compartir nuestra esperanza es una dimensión importante de ser apóstoles y discípulos misioneros en el tiempo y en el lugar que nos corresponde. Muchos de nuestros prójimos se esfuerzan por buscar un sentido en medio de las dificultades de sus vidas.

Así que, en este Año Jubilar, busquemos maneras de compartir nuestra esperanza con quienes se sienten desalentados. Démosles a conocer con nuestras palabras y con nuestras acciones, que ellos son amados y que nunca están abandonados.

Le pido a Dios que aprovechemos este Año Jubilar para cultivar la virtud de la esperanza.

Podemos empezar por hacer actos de confianza en Jesús, pidiéndole con frecuencia y a lo largo del día que Él nos ayude a apoyarnos en su fuerza y no en la nuestra.

Tratemos, también, de reflexionar más frecuentemente sobre las promesas del cielo que nos hace nuestro Señor, especialmente ahora, que estamos preparándonos para los últimos días de esta temporada sagrada, durante la cual recordamos la pasión y la resurrección de Él.

Oren por mí y yo seguiré orando por ustedes.

Y que María, nuestra Santísima Madre, nos acompañe y nos ayude a todos a vivir con una gozosa esperanza y a compartir con nuestro prójimo la esperanza que poseemos.

author avatar
Arzobispo José H. Gomez

El Reverendo José H. Gomez es el arzobispo de Los Angeles, la comunidad católica más grande del país. También se desempeña como Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

Puedes seguir a Monseñor Gómez diariamente a través de Facebook, Twitter and Instagram.