El 31 de mayo, el Arzobispo Gómez ordenó a ocho nuevos sacerdotes en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. El texto que viene a continuación es una adaptación de su homilía:
Cada ordenación es una señal del amor de Dios por su pueblo, una señal de que el Señor está con nosotros hasta el final de los tiempos, de que su Espíritu está vivo y continúa actuando en su Iglesia.
Estos ocho hombres que ordenamos hoy han escuchado la voz del Señor y han respondido a su llamado; ellos han dejado atrás su antigua vida para seguirlo y ser padres y sacerdotes para su pueblo.
Hermanos: en la primera lectura escuchamos cómo la Palabra de Dios, se dirigió personalmente a cada uno de ustedes: “Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones”.
Esto es el misterio de la elección, la gracia de la vocación.
Ustedes nacieron para esta misión, fueron elegidos desde antes de la fundación del mundo, fueron destinados, por amor, para ser sus sacerdotes. El núcleo del sacerdocio de ustedes se encuentra en el misterio del amor de Dios, en el misterio del plan que Él tiene para sus vidas.
Así pues, ustedes, hermanos, se cuentan entre los primeros hombres de la Iglesia universal en ser ordenados sacerdotes bajo el pontificado del nuevo Papa León XIV, elegido hace apenas tres semanas.
Como sabemos, el Papa León pertenece a los Agustinos; es hijo espiritual de San Agustín.
Agustín conoció ese misterio de la elección. Todos conocemos su historia, sabemos cómo su corazón inquieto hizo que se alejara de Dios durante muchos años.
Pero Jesús vio algo en él y, en su misericordia, llamó a Agustín a la conversión, luego a servirlo como sacerdote y más tarde como obispo. Como todos sabemos, él llegó a ser uno de los santos y maestros más eminentes de la Iglesia.
El otro día, cuando el Papa León celebraba la Misa ante la tumba de San Pablo, citó a San Agustín diciendo: “¿Qué vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados”.
Hermanos míos: a ejemplo de Agustín, de Pablo y de todos los sacerdotes anteriores a ustedes, ustedes pueden elegir hoy a Jesús, porque Él los eligió primero; pueden amar, porque Jesús los amó primero.
Jesús les hace una maravillosa promesa en el Evangelio, esa misma promesa de amistad que les hizo a sus apóstoles, sus primeros sacerdotes.
Él les dice: “A ustedes los llamo amigos… No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca”.
Todo sacerdote es un misionero, y así como Jesús envió a sus apóstoles para que fueran testigos de su amor, así los envía ahora a ustedes.
Nuestro nuevo Papa, prestó durante muchos años su servicio como sacerdote misionero, y luego como obispo en Perú. Y él nos llama ahora a que seamos “una Iglesia misionera que abre sus brazos al mundo”.
Y ésta, hermanos míos, es una bella imagen del sacerdocio de ustedes, que son los brazos abiertos de la Iglesia.
Ustedes están aquí para llevarle el amor de Jesús a su pueblo. No solamente en el altar y en el púlpito, como tampoco únicamente en el confesionario y en el desempeño de sus deberes parroquiales.
Ustedes están llamados a abrir de par en par las puertas de sus iglesias y a salir para llevar a Jesús a sus vecinos, a sus familias, a los hijos de éstas, a los pobres y a los extraviados.
¡Todo corazón está esperando escuchar la buena nueva del amor de Él!
Como sacerdotes, ustedes tienen palabras de vida eterna. ¡Conocen la maravillosa verdad del amor que Dios le tiene a cada persona, el misterio del plan amoroso que Él tiene para cada alma!
Amen, pues, a su pueblo como Jesús lo ama, y así como Él les dice hoy: “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
Este amor es el que ustedes celebrarán en cada Eucaristía. Y deben hacer que ese amor sea el modelo de su vida sacerdotal. A ejemplo de Jesús, den testimonio de su amor entregando su vida como un don para los demás.
San Pedro les dice hoy: “Quienquiera que sirva, que lo haga con la fuerza que Dios les da”.
Eso es lo que pido para ustedes: que se apoyen en Jesús, que él sea su fortaleza y su apoyo en su ministerio de servicio a los demás.
Y, finalmente, no olviden que el sacerdocio es una fraternidad, manténganse unidos a sus hermanos, ámense unos a otros, caminen juntos con Jesús.
Y le pido a Dios que, como Jesús, ustedes permanezcan siempre cerca de su Santísima Madre.
Ustedes están siendo ordenados en la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María, así que ella vela hoy por ustedes de manera especial.
María creyó con todo su corazón en las promesas de Dios y lo entregó todo para cumplir su voluntad; que ella les enseñe a hacer eso mismo y que los acompañe siempre en el camino de amor que recorren ustedes en seguimiento de su Hijo.