Este año marcará un cambio decisivo en nuestro largo trayecto por construir una cultura de la vida en Estados Unidos.
La Corte Suprema de Estados Unidos parece estar dispuesta a revertir o por lo menos a restringir drásticamente su decisión de 1973, Roe v. Wade, que estableció un “derecho” constitucional al aborto.
Una época posterior a Roe, en Estados Unidos no significará el fin del aborto. Le remitirá, más bien, el asunto a los estados para que éstos promulguen sus propias leyes para regular esa práctica.
Mi esperanza es que nos unamos y aprovechemos esta oportunidad para propiciar en Estados Unidos una época posterior a Roe, en la que la vida humana sea apreciada y protegida y en la que la familia sea reconocida como la verdadera base de una sociedad justa y próspera.
El aborto fue uno de los primeros males sociales a los que se opuso la Iglesia en sus inicios. Ese compromiso nunca ha cambiado a lo largo de los siglos.
Durante el último medio siglo de aborto legal en Estados Unidos, la Iglesia Católica ha buscado crear una cultura de cuidado y compasión hacia las mujeres que enfrentan embarazos problemáticos y promover alternativas al aborto, tales como la adopción.
Como núcleo de todo lo que hacemos está nuestra creencia de que la vida humana es sagrada, de que cada persona es creada a imagen de Dios y redimida por el amor de Jesucristo.
Como ha dicho el Papa Francisco, nunca podemos permitir que el aborto sea considerado simplemente como un asunto “privado” o “religioso”.
El aborto ataca la “sacralidad de la vida humana”, nos recuerda el Santo Padre, y las sociedades que le niegan la vida a los no nacidos amenazan el fundamento de todos los demás derechos humanos.
La Iglesia tiene el deber de traer a colación esta perspectiva a nuestra conversación nacional sobre el tipo de país que queremos crear después de Roe.
Tenemos que insistir en lo que San Juan Pablo II llamó “la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral”.
La historia estadounidense demuestra que cuando nuestras leyes no reflejan la ley moral, conducen a las peores injusticias. Hemos visto esto en el caso de la esclavitud, la segregación, el aborto y la eutanasia.
Después de Roe, Estados Unidos debe dedicarse nuevamente a desarrollar la perspectiva que rige nuestra Declaración de Independencia.
Nuestras leyes y políticas deben proteger la dignidad y los derechos —otorgados por Dios— de la persona humana, los cuales no deberá permitirse que sean vueltos a rechazar nunca más por ningún voto de la mayoría ni por ninguna decisión judicial.
Después de Roe, Estados Unidos deberá también preguntarse si las mujeres “necesitan” tener acceso al aborto para ejercer sus derechos plenos e igualitarios en la sociedad, ya sea profesional, económica o políticamente.
En su importante estudio, “The Rights of Women: Reclaiming a Lost Vision” (Los derechos de la mujer: Reclamando una perspectiva perdida - Notre Dame, $42), la abogada e historiadora católica Erika Bachiochi muestra que esta suposición no es verdadera.
De hecho, ella afirma que el acceso generalizado al aborto le ha dado a nuestra sociedad la “excusa” para no crear lugares de trabajo favorables a la familia que permitan que las madres y los padres equilibren las demandas del trabajo y la familia.
El aborto en Estados Unidos sigue siendo una cuestión básica de justicia social.
Casi el 90 por ciento de los abortos son buscados por mujeres solteras y las tasas de abortos son dramáticamente más elevadas en las comunidades minoritarias y de bajos recursos.
No es casualidad el hecho de que la era del aborto legalizado haya sido también un tiempo en el que las familias de Estados Unidos se hayan fragmentado. Con cada año que pasa, vemos más mujeres y niños que viven en la pobreza y más niños que nacen en hogares monoparentales.
Los años venideros requerirán de una manera de pensar audaz sobre cómo podemos apoyar a las mujeres y a los niños y sobre cómo podemos promover matrimonios y familias fuertes, que son esenciales para garantizar la salud y el bienestar económico de los niños.
Deberíamos estar hablando acerca de hacer más extensivas las adopciones, el cuidado infantil y el cuidado de tutelaje, y también los empleos que paguen un “salario justo”.
En una época posterior a Roe, Estados Unidos necesita reconstruir una cultura de auténtico amor humano, en la que el sexo esté cimentado en el matrimonio, en ese hermoso compromiso de los esposos y las esposas de compartir una vida juntos.
El Papa San Pablo VI fue profeta en cuanto a que se dio cuenta de que el promover el acceso al control de la natalidad, incluyendo el aborto, dañaría a las mujeres y a los niños y generaría confusión sobre el significado de la persona humana y de las relaciones humanas.
Ha llegado el momento de restaurar la verdad sobre la fraternidad y la solidaridad humanas. No somos individuos aislados. Nacemos en una hermosa red de relaciones familiares y sociales de cuidado mutuo, en la cual cada uno de nosotros depende de los demás, así como los demás dependen de nosotros.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y ahora que después de Roe renovamos nuestro compromiso de hacer de Estados Unidos un país más fraterno, espero que el 22 de enero me acompañen en nuestra procesión y festival familiar anual OneLife LA.
OneLife LA será seguido por nuestra misa anual de Réquiem por los no nacidos.
¡Pasemos todo el día juntos, celebrando la hermosa verdad de que toda vida humana es sagrada!
Que nuestra Santísima Madre María nos fortalezca en estos momentos para edificar la civilización del amor a la que Jesús nos llama y que los documentos fundacionales de nuestra nación prometen.