¡Habemus papam! ¡Tenemos Papa!
Ha sido maravilloso presenciar la manera en la que se ha centrado la atención mundial en Roma durante estos días.
Parece que inclusive en nuestras sociedades tecnológicas tan secularizadas, la gente puede percibir aún que la Iglesia es algo más que una institución humana; y parecen darse cuenta de que la Iglesia constituye el centro del plan que Dios tiene para el mundo y para la humanidad entera.
Cada Papa es un nuevo comienzo en ese antiguo camino que tuvo su inicio en Cesarea de Filipo, cuando Jesús estableció su Iglesia sobre la “roca” de la confesión de fe del apóstol Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Nuestro nuevo Papa León XIV recorre ahora el camino que Pedro y sus sucesores han recorrido a lo largo de los siglos, siguiendo las huellas de Jesús y realizando la misión que él les encomendó: proclamar la buena nueva del amor de Dios a toda persona en la tierra, enseñándolos a vivir y llamando discípulos de todas las naciones, para unirlos a todos en la familia única de Dios.
León es el primer Papa estadounidense, descendiente de inmigrantes que llegaron a este país. Es también el primer Papa misionero, puesto que pasó varios años en Latinoamérica antes de llegar a Roma.
Y en su homilía inaugural, él nos llamó a ser “una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo”.
Dijo: “Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo nosotros somos uno”.
He estado escuchando con atención las palabras de nuestro nuevo Santo Padre y me entusiasma su visión de las cosas.
Me siento especialmente alentado por su deseo de proclamar la doctrina social de la Iglesia en respuesta a los desafíos que enfrentamos en el mundo actual. Desde hace tiempo he pensado que nuestra doctrina social es el secreto mejor guardado de la Iglesia.
León percibe, con justa razón, que estamos viviendo en un mundo de profundas divisiones entre la gente, en el que una nueva revolución industrial, impulsada por las tecnologías de la comunicación digital y de la inteligencia artificial, está creando nuevas amenazas para el trabajo, para la dignidad y para la libertad del ser humano.
Él se da cuenta también de que estamos viviendo en una época de gran confusión acerca de la realidad de Dios y del verdadero sentido de la vida humana.
Durante su primera Misa con los cardenales, él describió la “crisis de la familia” y la “pérdida del sentido de la vida” causada por el creciente secularismo de las sociedades occidentales.
En nuestras sociedades actuales, mucha gente no pone su confianza en Dios, sino en “otras seguridades distintas…, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer” dijo. E incluso, “de ese modo” muchos “bautizados, terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”.
León está profundamente preocupado por los desafíos que enfrentan nuestros jóvenes, y habló de la soledad que experimentan, de “el aislamiento que provocan los modelos relacionales cada vez más extendidos, basados en la superficialidad, el individualismo y la inestabilidad afectiva”, y de “la difusión de esquemas de pensamiento debilitados por el relativismo”.
Afirmó que “existe una necesidad generalizada de justicia, una exigencia de paternidad y maternidad, un profundo deseo de espiritualidad, sobre todo por parte de los jóvenes y los marginados”.
En su discurso a los diplomáticos, reunidos en el Vaticano, León les recordó que los líderes de gobierno tienen el deber de promover una “familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer”, y de proteger “la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas más frágiles e indefensas, desde el niño por nacer hasta el anciano, desde el enfermo al desocupado, sean estos ciudadanos o inmigrantes”.
Lo que se percibe en estos primeros discursos y homilías es la esperanza y confiada serenidad de nuestro nuevo Santo Padre.
El Papa León tiene su fe puesta en la fuerza del Evangelio y en el poder del amor de Dios.
Como lo dijo con motivo de su primera bendición: “Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita su luz”.
Él sabe que sólo en Jesús, el Hijo de Dios vivo, encontraremos esa paz y esa felicidad que anhelan nuestros agitados corazones.
Jesús “nos ha mostrado así un modelo de humanidad santa que todos podemos imitar, junto con la promesa de un destino eterno que, sin embargo, supera todos nuestros límites y capacidades”, dijo.
La tarea que tenemos ahora, como Iglesia, es la de profundizar “en nuestra relación personal con Él, en el compromiso con un camino de conversión cotidiano”.
Oren por mí y yo oraré por ustedes. ¡Y sigamos rezando por nuestro nuevo Papa León XIV!
Que María Santísima, Madre de la Iglesia, vele con tierno cuidado por nuestro Santo Padre y por nosotros.