Jesús ha descrito a su Iglesia como un árbol grande y frondoso que brota de la más pequeña de las semillas de su Evangelio y que se extiende hasta los confines de la tierra.

Las ramas de este gran árbol han incluido desde el principio a mujeres que han elegido consagrar su vida a seguir a Jesús y a imitar su forma de vida, viviendo como Él eligió vivir: en pobreza, castidad y obediencia y totalmente dedicadas a hacer la voluntad de Dios.

La familia de Dios aquí en la Arquidiócesis de Los Ángeles, tiene la bendición de contar con más de 1,150 religiosas, representantes de más de 100 institutos religiosos. Y ellas son compañeras de trabajo esenciales en la misión de misericordia y redención de la Iglesia de este lugar.

Las primeras hermanas comenzaron a llegar al sur de California en la década de 1850, con las Hijas de la Caridad, que abrieron hospitales para los pobres y con las Hermanas de San José de Carondelet y las Hermanas Dominicanas de la Misión San José, que vinieron a establecer escuelas.

Tenemos hermanas que pertenecen a familias religiosas fundadas en el siglo XVI, tales como las Hermanas de la Compañía de María, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y las Hermanas del Buen Pastor.

Nuestras hermanas proceden de órdenes venerables, que todos conocemos, como las Benedictinas, las Franciscanas, las Dominicas, las Carmelitas, las Clarisas, las Misioneras de la Caridad. Pero también tenemos muchas órdenes más nuevas como las Hermanas de Jesús de Kkottongnae, las Hermanas Amantes de la Santa Cruz y las Hermanas de Jesús Pobre.

Somos una Iglesia inmigrante y las religiosas han venido de todos los rincones del mundo para servir a la familia de Dios de este sitio, desde lugares tales como África, India, China, Filipinas, Irlanda e Italia, desde los países de Europa del Este, de Japón, de Corea, de Vietnam y de muchas de las naciones de América Latina.

Y Dios ha puesto entre nosotros a varias religiosas que están en el camino hacia la santidad. Entre ellas se encuentra la Beata María Inés Teresa Arias, fundadora de las Hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y a la Venerable María Luisa Josefa de la Peña, que fundó la congregación de las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Los Ángeles.

Las religiosas conforman el corazón vital de la misión de la Iglesia en Los Ángeles, tanto desde su oración y contemplación como a través de su servicio directo a las personas más heridas y vulnerables de nuestra sociedad.

Uno puede encontrar a nuestras hermanas, prestando sus servicios en algunas de las partes más violentas y empobrecidas de nuestra ciudad, trabajando con las víctimas del abuso doméstico y la trata de personas, cuidando de los enfermos y ancianos, sirviendo a las personas sin hogar en la zona conocida como Skid Row en el centro de Los Ángeles. Nuestras hermanas son una voz para los que no tienen voz y son un testimonio de la sensibilidad y la oración en un mundo que carece en gran medida de estas cualidades.

En nuestra sociedad, en la cual hay cada vez más personas que parecen haberse olvidado de que Dios existe, las religiosas dan un testimonio del poder de Cristo para cambiar la dirección de nuestra vida.

Es hermoso ver a mujeres que entregan su vida completamente para pertenecerle a Dios, con toda confianza y sin reservas, tomando el Evangelio y el ejemplo de Jesús como la regla de sus vidas, buscando la santidad y la unión con Él y comprometiéndose a seguirlo a cualquier parte a donde Él las conduzca.

Estamos construyendo una cultura vocacional aquí, en Los Ángeles, y todos tenemos la responsabilidad de apoyar la hermosa vocación a la vida religiosa, tanto para las mujeres como para los hombres.

A principios de este año, hubo un artículo fascinante en una publicación secular. La autora del texto estaba realmente desconcertada acerca de una tendencia que estamos viendo en la Iglesia actual: hay cada vez más mujeres jóvenes que sienten el llamado a ser religiosas.

No hay ningún secreto en todo esto.

Muchas mujeres jóvenes que conozco buscan la realización, la santidad y una relación de amor con el Dios vivo. Saben que hay mucho, mucho más en la vida que lo que nuestra sociedad tecnológica y de consumo pueden ofrecer.

Tienen un corazón atento a las necesidades de los demás y un profundo deseo de vivir su vida con un propósito que va más allá de sí mismas. Entienden lo que Jesús pide cuando dice que debemos perder nuestra vida para así encontrarla.

Jesús sigue llamando a sus hijas; nunca deja de hacerlo. De nosotros depende crear el “espacio” —en nuestros hogares y parroquias, en nuestras escuelas y programas de educación religiosa— en donde nuestras jóvenes puedan escuchar su llamado.

Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes. Y si conocen a alguna joven que se sienta llamada a la vida religiosa, por favor compártanle nuestro sitio web: https://calledla.org/.

Que nuestra Santísima Madre María interceda por nosotros y que Ella ayude a que muchos más hombres y mujeres escuchen el llamado de Cristo a seguirlo, a imitarlo y a amarlo.