(A principios de este mes, el Arzobispo Gomez presidió la Misa de apertura del año académico en el Seminario de San Juan. Lo que sigue es una adaptación de su homilía.)
Recientemente, tuvimos nuestra convocatoria para los sacerdotes, cerca de 350 de nosotros nos reunimos para la oración y la reflexión. Fue un tiempo de gracia, un tiempo de compañerismo, de renovación e inspiración.
Le entregué a cada uno de los sacerdotes que estaban allí una copia de la reciente carta a los sacerdotes del Papa Francisco.
Es una hermosa reflexión, en la que el Santo Padre les agradece a los sacerdotes su ministerio y la entrega total que hacen de su vida a Dios.
Él anima a los sacerdotes a estar agradecidos por su vocación, nos anima a reflexionar frecuentemente sobre aquellos momentos en los que supimos por primera vez en nuestro corazón que el Señor nos estaba llamando a estar con Él, a servirlo a Él y a su Reino. El Papa Francisco escribió: “La vocación, más que una elección propia, es una respuesta a un llamado inmerecido que nos hace el Señor”.
Y estaba pensando en esto durante mi oración, al ir meditando las palabras de San Pablo que acabamos de escuchar:
Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios,
de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador.
En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina
para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo,
a fin de que Él sea el primogénito entre muchos hermanos.
Estas palabras son especialmente significativas para nosotros, ahora que estamos empezando este nuevo año.
Hermanos, ustedes han sido llamados “según su designio salvador”, han sido llamados desde el corazón amoroso del Dios vivo. La vocación de ustedes es un don del amor generoso de Dios, un signo de su misericordia y del amor que les tiene. La vocación de ustedes es un llamado a “reproducir en ustedes mismos” la imagen de Jesús. Y ese es el trabajo de toda una vida.
El Seminario es un tiempo de conversión. Más allá de la formación teológica y pastoral que reciban, estos años son un tiempo de crecimiento en la semejanza con Cristo.
Eso implica aprender a vivir en su presencia, aprender a pertenecerle enteramente a Jesús. Este tiempo de conversión implica también el tener la intención de desprendernos de los modos de pensar de nuestra sociedad e incluso de algunos de los hábitos con los que crecimos.
Ser sacerdote es pertenecerle a Jesús — y “ser” para los demás. Para eso, no basta con ser una buena persona que trabaja arduamente y se preocupa por los demás. Ser sacerdote significa que tenemos que ser “otro Cristo”, es decir, hombres llenos de celo, con un alma encendida por el fuego de compartir el Evangelio y de llevarle a Cristo a los demás.
Y eso significa, de muchas maneras, ir en contra de las tendencias de nuestra cultura actual.
Ustedes están llamados a vivir con humildad y obediencia en una cultura que nos dice “dedícate a lo tuyo”. Están llamados a vivir la castidad en una cultura de una agresiva sexualidad. Están llamados a ser pobres de espíritu en una cultura de consumo que dice que la felicidad y el éxito consisten en tener muchas posesiones.
Entonces, pidamos hoy la gracia de continuar con esta obra de conversión, de tener el gozo de entregar nuestra vida por amor a Jesús, de imitarlo y de consagrarnos a Él.
Esta oración está destinada a nuestros seminaristas, pero en realidad es una oración que se puede aplicar a todos nosotros: sacerdotes, diáconos, laicos, religiosos, profesores, administradores, benefactores y personas que le dan su apoyo a este gran seminario.
A todos se nos confía esta misión del Evangelio. ¡Toda la Iglesia es misionera!
Cada miembro de la Iglesia está llamado a llevar a los demás a la amistad con Jesucristo y a hacer nuestra parte en la renovación de nuestra política, de nuestra sociedad y de nuestra cultura.
También, hermanos míos, ustedes, como seminaristas y como hombres que se están preparando para ser sacerdotes de Jesús, están llamados a seguirlo de la manera más íntima. Por lo tanto, durante estos años de formación, manténganse cerca de Él. Él nunca los abandonará. Ábranle su corazón para hacer su voluntad amorosa.
Así como hizo Jesús, ustedes tienen que permanecer cerca de María, que es la Madre de Jesús y la Madre del sacerdocio de todos nosotros.
Nuestro Evangelio de hoy trató acerca de esa historia que todos bien conocemos: el milagro que Jesús realizó en las bodas de Caná.
Las palabras que María le dice hoy a los siervos son el centro de su espiritualidad:
Hagan lo que Él les diga.
Estas, hermanos míos, son palabras muy adecuadas para ustedes. Al comenzar este nuevo año, le pido a Dios que ustedes renueven su dedicación a vivir en la presencia de Cristo, especialmente en la Eucaristía.
Le pido a Dios que ustedes escuchen atentamente su Palabra, que estudien su ejemplo y que continúen esta hermosa obra de conformarse a imagen de Él.
Pidámosle a nuestra Santísima Madre María que esté con nosotros en este camino. ¡Que Ella sea la inspiración de todos nosotros para dar testimonio de Jesús y de la vida nueva que Él tanto desea llevarle a cada persona! Amén.