He estado reflexionando sobre el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz de este año y sobre los desafíos que enfrentamos al ir saliendo de la pandemia.
Como católicos, ¿de qué manera entendemos y abordamos estos desafíos, como las amenazas a la paz, las dificultades económicas, todas las condiciones sociales preocupantes y las injusticias que encontramos en el mundo? El Papa nos aconseja buscar la respuesta en las “seguras pautas de la doctrina social de la Iglesia”.
Y tiene razón.
La enseñanza social católica puede ser el secreto mejor guardado de la Iglesia. Me sorprende la frecuencia con la que me encuentro con personas, incluso con muchos buenos católicos, que no saben que la Iglesia tiene sus propias enseñanzas sobre lo que constituye una buena sociedad.
La enseñanza de la Iglesia incluye un análisis moral del objetivo que tienen los gobiernos y las economías, una visión sobre quién es la persona humana y sobre qué contribuye a la felicidad humana, e incluye la exigencia de que todos los creyentes trabajen, no solo por la salvación de las almas de su prójimo, sino también por un mundo que proteja sus derechos y su dignidad.
Las secciones del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la comunidad humana (Nos. 1877–1948) y sobre la vida social (Nos. 2419–2449) constituyen una lectura desafiante e inspiradora.
Allí se encuentra una amplia gama de enseñanzas sobre justicia social y solidaridad, sobre la dignidad del trabajo, la moralidad de la actividad económica, el amor a los pobres y mucho más.
Estas enseñanzas no son tratadas como algo “extra”, como algo agregado a las creencias católicas sobre la Trinidad, la encarnación, la resurrección y nuestra redención en Cristo.
Lo que profesamos en el Credo lleva a una concepción de la vida que abarca el bienestar de toda la persona, entendida como una criatura formada de cuerpo y alma, creada como hombre o mujer, nacida en la tierra, pero destinada al cielo.
Nuestra enseñanza social fluye de la verdad básica de que el Padre amó tanto al mundo que envió a su único Hijo a vivir en la tierra bajo una forma humana y por el poder del Espíritu Santo.
A partir de esa gran verdad entendemos que la persona humana es amada por Dios y creada a su imagen y que está llamada a un destino celestial, a vivir en comunión con la Santísima Trinidad.
La salvación en la que creemos es personal. Pero, como dice el Catecismo, “concierne también al conjunto de la comunidad humana”.
Al revelar que Dios es nuestro Padre, Jesús nos reveló la verdad acerca de nuestra relación personal con Dios, la de que somos hijos de Dios. También nos reveló la verdad sobre nuestras relaciones sociales. Fuimos creados para vivir como una familia humana, como iguales, como hermanos y hermanas de nuestro Padre celestial.
La doctrina social católica es parte de la misión que Jesús le encomendó a su Iglesia.
Jesús sufrió y murió para resucitar a cada persona a una nueva vida en Dios. Al llamar a los creyentes a seguirlo, Jesús nos llama a amar a los demás como Él los ama y a expresar ese amor mediante obras prácticas de misericordia, de sanación y de liberación de los demás del sufrimiento y el mal.
En términos prácticos, eso significa que nadie que dice amar a Dios puede permanecer indiferente cuando uno de los hijos de Dios está sufriendo.
Ése fue el mensaje de la famosa parábola del Buen Samaritano de Jesús y también de su parábola sobre cómo Dios nos juzgará al final de nuestras vidas. Nuestro amor a Dios, nos dice, se medirá por el amor que le hayamos mostrado a nuestro prójimo, especialmente a los más vulnerables, a los pobres, a los prisioneros, a los enfermos, a los extranjeros.
La Iglesia Católica no pretende tener un programa económico ni una agenda doméstica ni tampoco una política exterior. Lo que tenemos es una perspectiva del mundo como Dios quiere que sea y un deber que Jesús nos da de trabajar para realizar la voluntad de Dios en la Tierra. Eso significa que nunca podremos tolerar condiciones sociales que degraden o deshumanicen a las personas.
Vivimos en una época cultural marcada por una urgente preocupación por la justicia social. La enseñanza social católica puede aportar muchas cosas a estas conversaciones y debates.
Como nos lo recuerdan los santos y los papas, la verdadera contribución que hacemos como católicos es sencillamente la de ser católicos, la de ser fieles seguidores de Jesucristo.
“Otros beben de otras fuentes”, escribe el Papa Francisco. “Para nosotros, ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo”.
Los papas nos advierten que nunca permitamos que las verdades del evangelio se reduzcan a “una especie de moralismo” o a una “secularización de la salvación”.
Tenemos que ayudar a nuestro prójimo a ver la perspectiva más elevada del evangelio, a reconocer la gloriosa verdad de la persona humana y a trabajar por un mundo en el que cada uno de nosotros pueda vivir como nuestro Creador nos llama a vivir.
Oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ella nos ayude a llevar la buena nueva del evangelio social de su Hijo a la gente de nuestro tiempo.