Todavía estaba oscuro en aquellas primeras horas de la mañana cuando María Magdalena regresó a la tumba.
Ella había estado con Jesús cuando los soldados romanos vinieron a arrestarlo, cuando los Doce y los demás discípulos huyeron.
Cuando lo crucificaron, ella estuvo allí, al pie de la cruz, junto con María, su madre, y con San Juan, el único apóstol que no huyó.
Ella lo vio morir y luego, junto con las otras mujeres, ayudó a preparar el cuerpo del Señor para colocarlo en la tumba.
Y cuando la luz empezaba a surgir en el amanecer de aquel primer domingo de Pascua, María Magdalena sería la primera en ver a Jesucristo resucitado de entre los muertos.
Es un maravilloso misterio el hecho de que la historia de la salvación se inicie con dos mujeres, la Santísima Virgen María, que lleva en su seno a Jesús encarnado, y Santa Isabel, que es la primera en proclamar a este Niño como “mi Señor”.
Dios eligió a una tercera mujer, María Magdalena, para que fuera la primera en atestiguar que su tumba estaba vacía, la primera en verlo vivo y en proclamar la verdad de su resurrección.
Una de las antiguas oraciones de Pascua recuerda esta escena:
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda”
En la vida de María Magdalena, vemos aparecer paulatinamente el misterio pascual, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor, el misterio de su amor hacia cada uno de nosotros, el misterio de la Pascua.
No sabemos mucho sobre María Magdalena. El Evangelio nos dice que ella estaba poseída por siete demonios y que Jesús la liberó. Como una muestra de gratitud y de amor a causa de esto, ella se convirtió en una de sus primeras y más dedicadas discípulas.
Ella lo siguió en la fe y este recorrido la llevó ante la cruz de Jesús y hacia su posterior resurrección.
La historia de su encuentro con Jesús, que aparece en el capítulo 20 del Evangelio de San Juan, está llena de detalles específicos: narra el momento en el que ella se puso de pie y el momento en que se inclinó, la ubicación de los ángeles en el lugar en el que había estado el cuerpo del Señor; lo que ella le dijo a Jesús, y las cosas que Él le dijo a ella.
Es como si María Magdalena no quisiera olvidar ni un solo instante de aquel encuentro pascual.
“¿Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?” Las preguntas que Jesús le hizo, nos las hace ahora a cada uno de nosotros.
María Magdalena no reconoció a Jesús hasta que Él la llamó por su nombre. Cuando Él dijo, “¡María!”, los ojos de ella se abrieron y su corazón comprendió.
En su gran amor, el Señor Resucitado nos llama ahora por nuestro nombre. Si escuchamos su voz y no endurecemos nuestro corazón, nos daremos cuenta, como le sucedió a María Magdalena, de que mucho antes de que fuéramos tan solo un pensamiento en el seno de nuestra madre, Él nos conoció, nos amó y anheló nuestro amor.
¡Cristo ha resucitado, Él está vivo! Él convertirá todas nuestras tristezas en alegría. Él enjugará toda lágrima de nuestros ojos, pues ya no habrá muerte y todo lo anterior habrá pasado.
En Pascua Él nos llama a levantarnos y a seguirlo, alejándonos de su tumba vacía.
Y, como María Magdalena, podremos encontrar la libertad al aceptar el perdón del Señor y al vivir la vida nueva que Él ha obtenido para nosotros al entregar su vida en la cruz y resucitar al tercer día.
Jesús dijo que nunca nos dejaría huérfanos, que Él estaría con nosotros hasta el final de los tiempos. En la Semana Santa se cumple esa promesa.
Tal como Él ha destruido la muerte con su muerte, el muro divisorio entre el cielo y la tierra ha sido derribado.
Él nos acompaña ahora como un amigo, como un compañero. Al compartir nuestra humanidad, Él comprende todo lo que se relaciona con nosotros.
Podemos hablarle de nuestros pensamientos más profundos, de nuestras esperanzas, de nuestros miedos y de nuestros sueños. Él está con nosotros en nuestra alegría y en nuestro sufrimiento. Aunque no lo veamos, sabemos, por la fe, que está a nuestro lado.
En la Eucaristía Él viene nuevamente y se entrega a sí mismo. En la fracción del pan Él sigue acercándonos más profundamente al misterio de su muerte y de su resurrección.
“Déjame ya”, le dijo Jesús a María Magdalena, “ve a decir a mis hermanos…”.
Jesús nos llama también a nosotros ahora, para que vayamos a hablarle a los demás acerca de la verdad de su resurrección, de la verdad de su amor.
El encuentro pascual es un llamado a la misión, un llamado a proclamar con María Magdalena: “¡He visto al Señor!”
Dentro de la alegría pascual que estamos viviendo, oren por mí y yo oraré por ustedes.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos mantenga siempre cerca de su Hijo, nuestro Señor Resucitado. VN