Siempre me ha encantado ver cómo, por providencia de Dios, la Iglesia celebra la memoria de San Junípero Serra tres días antes de que nuestra nación festeje su independencia, el 4 de julio.

Esto es apropiado, porque San Junípero no fue solamente el Apóstol de California, sino que fue también uno de los padres fundadores de Estados Unidos, un hecho que el Papa Francisco reconoce, a pesar de que muchos de nuestros propios historiadores todavía no lo hacen.

Todavía me sorprende la manera en que los comienzos católicos de este país son ignorados dentro de la narración de la historia estadounidense, inclusive en libros que son, por demás, excelentes. Como lo señalé en mi propio libro de 2013, “La inmigración y el futuro de Estados Unidos”, tales historias no están equivocadas, pero son incompletas.

La historia es lo que nos mantiene unidos como una sola nación. La manera en la que recordemos nuestro pasado determina el modo en que comprendemos nuestra situación presente y ayuda a definir nuestro significado y propósito como pueblo.

Estamos viviendo un período de profunda división en nuestro país. No es sorprendente que nuestras ansiedades sobre el presente se estén manifestando en encarnizados debates —tanto en las juntas directivas de las escuelas, como en las legislaturas y los medios de comunicación— sobre el significado de la historia de Estados Unidos y sobre la manera de relatar nuestra historia nacional.

El hecho de recuperar la historia de la “otra” fundación de Estados Unidos —que ocurrió más de un siglo antes del Mayflower, de James Madison y de Thomas Jefferson— puede ayudarnos a ver más allá de nuestra polarización actual.

A partir de la década de 1500, los misioneros de España estaban ya proclamando el amor de Jesucristo a los pueblos indígenas desde los actuales territorios de Georgia y Florida, hasta Texas y Baja California. Los misioneros franceses ya estaban consagrando a la Virgen María los territorios que abarcan desde los Grandes Lagos hasta el Golfo de México.

Es cierto que estos misioneros no tomaron parte en el desarrollo de los documentos o instituciones fundacionales de Estados Unidos. Pero su misión da testimonio del auténtico espíritu estadounidense que recorre nuestra historia y que encuentra expresión en la “carta” de nuestra Declaración de Independencia y de nuestra Constitución.

En su mayoría, los misioneros católicos de Estados Unidos, como San Junípero, fueron “gente emprendedora”, hombres y mujeres que predicaban por medio de sus vidas de abnegación y servicio, más que con discursos y cartas elocuentes.

Los misioneros tenían un profundo respeto por los pueblos indígenas a los que servían, aprendían sus lenguajes y tradiciones y los defendían de la concupiscencia y la avaricia de los explotadores.

Al soportar dificultades y peligros, ellos dieron testimonio de que su fe en Jesucristo es el don más grande que pudieran ofrecerle a su prójimo.

También son testigos de lo que Martin Luther King Jr. y otras personas han llamado el “Credo estadounidense”, es decir, esa creencia, expresada en esos documentos fundacionales, de que todos los hombres y mujeres están dotados por Dios de una dignidad sagrada y de un derecho innegable a la vida, a la libertad y a la igualdad.

Recuperar el espíritu de la “otra fundación” de Estados Unidos nos da una base más sólida para el individualismo estadounidense, que siempre está bajo la tentación de caer en una especie de búsqueda egoísta de los propios intereses sin tener en cuenta a los demás.

Somos mucho más que “individuos expresivos”, nos dirían los misioneros. Somos criaturas con cuerpo y alma, nacidos no en aislamiento sino en relación, en familias y comunidades; no solamente con derechos sino también con responsabilidades de cuidar de nuestro prójimo y del mundo que nos rodea.

El ejemplo de los misioneros ofrece una perspectiva más profunda para nuestros actuales debates sobre la raza y la identidad de grupo.

La identidad individual de los misioneros está cimentada en nuestra identidad de hijos de Dios y de hermanos o hermanas de todos los demás. Los jesuitas del norte del estado de Nueva York y los franciscanos de California visualizaron comunidades que fueran multirraciales y multiculturales, lo cual reflejaría la creencia cristiana de que la raza humana es una única familia, compuesta por una maravillosa diversidad de razas y lenguas, de tribus y pueblos.

Finalmente, la otra fundación de Estados Unidos puede ayudarnos a no volvernos prisioneros de nuestro pasado, definiendo el futuro de la nación con base en la hipocresía y a las injusticias de nuestros antepasados.

Los propios fracasos de los misioneros nos recuerdan que todos somos pecadores, que somos personas honestas, que quieren hacer lo correcto, pero que con frecuencia no lo hacen.

En nuestros debates actuales, podríamos asumir un poco de la humildad y del realismo sobre la condición humana que ellos tuvieron. Esto podría ayudarnos a darnos cuenta de que Estados Unidos no es una nación cuyos ideales fundacionales sean falsos, sino una nación cuyas promesas fundacionales no se han cumplido plenamente aún.

El trabajo continuo de llevar a plenitud la promesa de Estados Unidos recae en ustedes y en mí. Eso es lo que me hace estar emocionado debido a nuestro próximo Año Jubilar para conmemorar el 250 aniversario de la fundación de la Misión San Gabriel Arcángel por parte de San Junípero, como lo anuncié formalmente la semana pasada.

Le pido a Dios que este jubileo nos inspire para continuar el trabajo de aquellos primeros misioneros, que seamos santos y discípulos misioneros que proclamen a Cristo y edifiquen un país que viva sus principios fundacionales de igualdad, libertad y dignidad para cada persona.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a Nuestra Señora de Guadalupe, la Madre del continente americano, que ella nos ayude a suscitar un nuevo despertar en nuestro compromiso con el credo estadounidense.