Al escribir esto estoy preparándome para OneLife LA (UnaVida LA), nuestra marcha y festival anual por la vida y la familia, que tendrá lugar el 21 de enero.

Este año, nuevamente, empezaremos nuestra alegre y pacífica procesión desde La Placita, en la calle Olvera, y nos dirigiremos al Parque Histórico Estatal de Los Ángeles para una tarde de diversión e inspiración familiar, celebrando el don de la vida.

Cuando iniciamos este evento hace algunos años, queríamos llamar la atención sobre esta hermosa verdad: que todos somos hijos de Dios y que toda vida humana es sagrada.

La fecha del evento fue elegida para coincidir con un día triste de la historia de nuestra nación, el 22 de enero de 1973, cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos legalizó el aborto.

Con OneLife LA, reconocimos que la tragedia del aborto refleja la necesidad de una solidaridad más profunda dentro de nuestra sociedad, una necesidad más grande de amor, de aquello que el Catecismo llama la “caridad social”.

Nosotros no nos inclinamos a considerar el amor al pensar en nuestra política o al abordar las condiciones de injusticia o desigualdad que prevalecen en nuestra sociedad. Pensamos en el amor como algo personal, como un afecto o una emoción sentimental entre individuos.

Pero siempre existe una dimensión social del amor, como Jesús nos lo enseñó en su gran mandamiento de amar a Dios y amar al prójimo.

El amor a Dios y el amor al prójimo nunca pueden separarse. Si pensamos que podemos amar a Dios sin amar a nuestro prójimo, nos estamos mintiendo a nosotros mismos, nos dice la Escritura.

Y el amor implica trabajar incansablemente y de maneras concretas para mejorar la vida de nuestro prójimo. El mandamiento de amar a nuestro prójimo implica trabajar por una sociedad en la que sea más fácil la vida y la práctica del amor para la gente; una sociedad en la que los fuertes ayuden a los débiles y en la que los vulnerables estén protegidos.

El amor sueña con una sociedad en la que a la gente le sea más fácil nacer y formar familias, en la que les sea más sencillo envejecer y vivir su vida con dignidad.

“Que cada uno piense no en sí mismo sino en los demás”, dijo San Pablo. El mandamiento de amar a nuestro prójimo establece un camino para nuestras vidas. El camino del amor significa alejarnos cada día más de nuestras propias inquietudes y preocupaciones y abrir más nuestro corazón a las necesidades de los demás.

Jesús nos dijo: “A los pobres siempre los tendrán con ustedes”. Eso es un hecho real, pero es también un mandato. Siempre existirán la pobreza y el sufrimiento, la soledad y la injusticia. Jesús espera que nosotros estemos cercanos a todos los necesitados.

Cuando alguien lo confrontó, preguntándole con exigencia: “¿Quién es mi prójimo?”, Jesús respondió con la maravillosa parábola del buen samaritano. Todos son nuestro prójimo, nos dijo. Todo el que está necesitado, todo el que sufre, todo el que no tiene lo que necesita para vivir una vida digna.

Él nos dijo también que encontraríamos a Dios en nuestro prójimo, que lo encontraríamos en el amor que les dedicamos a los que tienen hambre y sed, a los que necesitan ropa, a los migrantes y refugiados, a los que están enfermos y a los que están en la cárcel.

La Iglesia es la familia de Dios y nosotros estamos llamados a ser los guardianes de nuestros hermanos y hermanas. Como seguidores de Jesús estamos llamados al “servicio del amor”. El amor es nuestra misión.

Ése es el tema de la celebración OneLife LA de este año, que es la primera que tiene lugar desde que la Corte Suprema anuló en junio pasado su decisión Roe vs. Wade de 1973. Ésta es una buena oportunidad para que reflexionemos sobre la importancia del amor, no solo en nuestras propias vidas sino también en nuestra sociedad.

Jesús puede “darnos el mandato” de amar porque Él nos ha amado primero y nos ha amado hasta el fin, como nos lo dice el Evangelio.

Él vino a mostrarnos el “rostro humano” del amor de Dios. Y lo que nos mostró fue una vida maravillosa, generosamente entregada por los demás, por amor. Él nos mostró un amor que sufre y se sacrifica, un amor dispuesto a entregar su propia vida para darnos a nosotros la vida.

Así es como debemos amar nosotros. En ese amor se incluye la exigencia de que trabajemos por una sociedad que remedie las necesidades de nuestro prójimo, que son tanto espirituales como materiales. Nosotros no vivimos solamente de pan. Las personas necesitan experimentar el calor del amor humano. Necesitan saber que alguien se interesa por ellas, que alguien vela por ellas.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y pidámosle a Santa María, nuestra Santísima Madre, que ella nos ayude a edificar una sociedad de amor, en la que vivamos como hermanos y hermanas, conscientes de que somos hijos de Dios.