Sé que muchos de ustedes se han unido a mi iniciativa de seguir el llamado que el Papa León XIV nos ha hecho para que recemos el rosario por la paz todos los días de este mes, que está dedicado al santo rosario.
Desde los primeros siglos los católicos han buscado la protección de nuestra Santísima Madre. Una de las oraciones dirigidas a ella, de las más antiguas que se conocen, el “Sub tuum praesidium” (“Bajo tu amparo”), data de mediados del siglo III: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”.
En esencia, el rosario es una oración por la paz. Y puesto que esta oración nos llama a adentrarnos en los misterios salvadores de la vida, muerte y resurrección de Jesús, nos invita también a recibir la paz que Él les prometió a sus discípulos y nos envía a ser portadores de paz en el mundo.
Actualmente, nosotros tenemos necesidad de esta oración, debido a los tiempos de violencia política y difíciles divisiones que estamos atravesando en nuestra sociedad, a este tiempo en el que nuestro mundo se encuentra desgarrado por las guerras, por los conflictos y por las persecuciones a la fe.
Actualmente, muchos se quejan enérgicamente de que “los pensamientos y las oraciones” son inútiles, y dicen que lo que realmente se necesita es la acción. Pero esto es una mala interpretación de lo que verdaderamente son tanto la oración como la acción, y del significado más profundo de la obra salvífica de Jesús en el mundo.
Jesús nos aseguró que Él nunca nos dejaría huérfanos, que permanecería con nosotros hasta el final de los tiempos, y que su Padre y él siguen interviniendo en la historia.
Así que, cuando nosotros oramos, estamos hablando personalmente con nuestro Creador que va caminando a nuestro lado, que conoce nuestros corazones, nuestros temores y nuestras esperanzas; con ese Creador nuestro, cuyo plan para la creación se está aún desarrollando.
En la oración, empieza nuestro sentido de responsabilidad por el cumplimiento del plan de Dios. La oración nos abre los ojos para ver a Dios como nuestro Padre y a los demás como nuestros hermanos, esos hermanos que tienen hambre del pan de cada día, que anhelan ser perdonados y liberados del mal y de la muerte.
El rosario es una escuela del corazón, la oración del peregrino. Esa oración que nos proporciona un ritmo para el camino de la vida, y cuyas cuentas marcan los pasos de ese camino que recorremos con fe, llevándonos siempre a niveles cada vez más profundos del misterio de nuestra vida en Jesucristo.
Cada decena empieza con la oración que Jesús nos enseñó, con esa oración que abre nuestros corazones a la voluntad amorosa de nuestro Padre para nuestras vidas. Los misterios que pasan ante nuestros ojos, gozosos, dolorosos, luminosos y gloriosos son, todos ellos, escenas que María misma presenció en la vida de su Hijo.
Con ella, seguimos a ese Niño nacido de su vientre, a través de las alegrías de la vida familiar, a largo de su misión, que lo llevó a traer la luz del amor de Dios al mundo, y al atravesar los dolores de su pasión y muerte, avanzamos hacia la gloria de su resurrección y de la promesa de una nueva vida.
La clave de todo es rezar el rosario siempre como niños, contemplando la vida de Jesús a través de los ojos de su madre, que es también nuestra madre.
Al meditar en la sucesión de los misterios, nos vamos introduciendo, cada vez más profundamente, en el misterio de su amor, de modo que, día con día los misterios de la vida de él llegan a ser los de la nuestra.
A través de los misterios gozosos, abrazamos su humildad. A través de los misterios luminosos, caminamos con Él como hijos de la luz. En los misterios dolorosos, aprendemos a amar como Él nos ordena hacerlo, es decir entregándonos a nosotros mismos. Y por medio de los misterios gloriosos, llegamos a vivir como personas cuyo destino es el cielo.
El rosario nos enseña a poner nuestra vida en las manos de Jesús, a seguirlo, a buscar su voluntad y a servirlo en todo lo que hacemos.
Es una oración de contemplación que nos impulsa a la acción, que nos lleva a decir con María: “Cúmplase en mí lo que me has dicho”.
Al rezar el rosario como hijos de Dios, comprendemos que la vida no gira en torno a nosotros, sino que está enfocada a la voluntad de Dios y al servicio a los demás, es decir, de nuestra familia y amigos, de nuestros vecinos, de los pobres, los vulnerables y los marginados.
Oren por mí esta semana, y yo oraré por ustedes.
Y en este momento de angustia que atraviesa nuestra nación, oremos por la paz. Pidamos la paz para nuestros corazones, para nuestras familias y para nuestro mundo.
Oremos para ser instrumentos de paz, y vivamos cada día nuestra fe en Jesús con confianza y alegría, y con un amor sincero para todos, incluso para quienes se oponen a nosotros o no comparten nuestra opinión.
La oración nos recuerda que cada uno de nosotros desempeña un papel dentro del plan de Dios, y que él nos asigna una tarea, la de llevar esperanza a donde hay desesperación, reconciliación a donde hay división y a que conduzcamos a los demás a desarrollar una amistad con Jesús.
Le pedimos a la Santísima Virgen María que sea nuestra madre, que nos muestre los caminos que conducen a la paz y que inspire en nosotros un renovado deseo de atraer a los demás a la belleza y a la paz que nosotros hemos encontrado en su Hijo.