El 17 de mayo, el Arzobispo Gomez celebró la Misa de graduación del Centro de Formación Sacerdotal Reina de los Ángeles. Lo que sigue es una adaptación de su homilía. La lectura del Evangelio de ese día fue Juan 21, 15–19.
¡Felicidades a todos nuestros graduados! Y qué hermoso es el Evangelio que acabamos de escuchar; es perfecto para hombres que se están preparando para el sacerdocio.
Podemos pensar en este Evangelio como en una especie de “entrevista de trabajo”. Las preguntas que le hace Jesús a Pedro en este día son las que se le hace a todo hombre que quiere ser su sacerdote:
¿Amas a Jesús más que a ninguna otra cosa? ¿Estás dispuesto a pastorear a su pueblo, a alimentarlo con la Palabra de Dios y con el Pan de Vida? ¿Estás dispuesto a atender sus necesidades espirituales y a guiarlos por el camino de la santidad?
Esta escena de hoy tiene lugar a orillas del Mar de Galilea y es la tercera y última aparición del Señor resucitado en el Evangelio de Juan. Y es una escena impregnada de intensa emoción.
Tenemos aquí a Pedro, la “roca” sobre cuya fe dijo Jesús que edificaría a su Iglesia. Tenemos aquí a ese Pedro que falló, que se dispersó con todos los demás cuando fue herido el Pastor, a Pedro, que negó tres veces al Señor antes de que cantara el gallo, aun si había prometido: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.
Ahora Pedro se presenta ante Jesús con humildad y contrición. Y el Señor fija en él su mirada y no lo mira con ira ni lo juzga, sino que le dirige una mirada de amor.
Jesús requiere de Pedro que haga una nueva confesión de fe: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”
Por tres veces Jesús le hace esta pregunta a Pedro, del mismo modo en que Pedro lo había negado tres veces.
Pedro no intenta justificarse ni dar explicaciones, sino que pone todo en manos de Jesús, haciendo aquella hermosa y humilde confesión: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.
Siempre me conmueve la ternura de Jesús hacia Pedro.
Porque todos somos como Pedro, es decir, amamos a Jesús, pero a veces no actuamos de acuerdo a eso. Somos débiles, tenemos miedo y cometemos errores. En ocasiones lo negamos con nuestras palabras y con nuestras acciones y a veces también con nuestra indiferencia.
Pero, así como Pedro, también podemos siempre acudir a Jesús con un corazón contrito y confesar: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”.
Y en la misericordia del Señor podemos encontrar perdón y fortaleza. En su misericordia, podemos empezar de nuevo. Podemos amarlo, seguirlo y servirlo.
Jesús nos dijo que, si lo amamos, guardaremos sus mandamientos, así que, por tres veces, le ordena a Pedro: “Apacienta mis corderos… Cuida de mis ovejas… Alimenta a mis ovejas”.
Para nuestros hermanos que se están preparando para ser sacerdotes, esto es el “programa de trabajo”.
Jesús le confía al sacerdote el cuidado de su rebaño, el cuidado de su Iglesia. Y el sacerdote sabe que aquellos a quienes sirve le pertenecen a Jesús y no a él.
Éstas son “mis” ovejas, le dice Jesús a Pedro, estos son “mis” corderos. Cada uno de nosotros tiene un valor inestimable para Él, cada uno de nosotros vale el precio de su propia sangre.
Más adelante, Pedro les escribirá a sus propios sacerdotes: “Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado… no como si ustedes fueran los dueños de las comunidades que se les han confiado, sino dando buen ejemplo.”.
El sacerdote no es jefe, es modelo, es la imagen del Buen Pastor; y el Buen Pastor da la vida por sus ovejas.
De eso le habla Jesús a Pedro en la parte final del Evangelio de hoy. Y sabemos, por supuesto, que le está hablando del modo en que morirá, crucificado como Jesús lo fue.
Lo importante para los sacerdotes —y para todos nosotros— es el hecho de que amar a Jesús implica poner nuestra vida en sus manos.
Amar a Jesús implica seguirlo, aun si Él puede “llevarte a donde no deseas ir”, como le dice Jesús a Pedro.
En esta santa Misa de hoy, Jesús pronuncia el nombre de ustedes y el mío.
A cada uno de ustedes Él le está haciendo, personalmente, la misma pregunta que le hizo a Pedro: ¿Me amas más que todo lo que el mundo te puede ofrecer? ¿Me seguirás a donde quiera que te lleve?
Pidamos la gracia de responder con confianza y alegría como Pedro lo hizo, diciendo: “¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo!”
¡Sigamos orando por nuestros hermanos que se gradúan en este día y oremos por los nuevos sacerdotes que serán ordenados el 1 de junio!
Y pidámosle a la Santísima Virgen María, la Madre del amor hermoso, que nos ayude a todos a crecer en el amor a su Hijo. Que nos ayude a responder con un corazón generoso, cuando Él nos llame, como llamó a Pedro, diciéndonos: “¡Sígueme!”
¡Todos con Pedro a Jesús por medio de María!