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En las lecturas de la Misa dominical, revivimos cada año la vida de Jesús, siguiendo sus pasos, caminando con él y escuchando sus enseñanzas, que han llegado hasta nosotros a través de los Evangelios.

Así, a través de estas lecturas, se nos va revelando a lo largo del año todo el misterio de Cristo, desde su encarnación y su nacimiento, pasando por su muerte y su resurrección, hasta llegar a su ascensión y al envío de su Espíritu Santo en Pentecostés.

A través de estas lecturas recordamos lo que Jesús ha hecho por nosotros y por nuestra salvación y, a través de la comunión que tenemos con él en la sagrada Eucaristía, se nos permite vivir esa vida nueva que él vino a comunicarnos, y dar testimonio ante nuestro prójimo de la alegría y del amor que encontramos en Jesús.

La iglesia nos va enseñando a través del ciclo de las lecturas que el misterio de Cristo se va desarrollando en el misterio de su Iglesia y en la vida de cada uno de nosotros.

El misterio de nuestra vida consiste en que hemos sido creados para asemejarnos a Jesús. Y a través de los sagrados misterios que celebramos, vamos siendo moldeados para asemejarnos cada vez más a él; así, día a día Cristo va tomando forma en nosotros.

El inicio del nuevo año litúrgico con la temporada de Adviento es una buena oportunidad para que profundicemos en nuestra percepción del maravilloso misterio de Cristo y en el modo en que este misterio se hace presente en nuestra vida.

En esta temporada revivimos la esperanza de nuestros antepasados que esperaron la llegada del Mesías y, al mismo tiempo renovamos nuestra propia esperanza en su segunda venida al final de los tiempos.

La palabra Adviento significa presencia o venida, y en el mundo antiguo este término se utilizaba para hacer referencia a la venida de algún personaje importante, como sería un rey.

En Adviento, estamos esperando la llegada del Amor, el advenimiento de ese Dios, que “es amor”, bajo la forma humana.

“¡Él nos amó!” Esto fue la asombrosa realidad que experimentaron los primeros creyentes, como lo escribe el Papa Francisco en su nueva encíclica sobre el Sagrado Corazón.

No podemos olvidar que esta idea de que hay un Dios que nos ama y que quiere que le correspondamos con nuestro amor, fue verdaderamente revolucionaria.

Los historiadores nos dicen que los pueblos antiguos carecían de un concepto como éste. Dentro de las ideas paganas, los dioses no se preocupaban por la gente de la tierra.

La idea de que hubiera un solo Dios verdadero que creó el universo, y que este Dios pudiera decirle a alguien personalmente, “Así los amo yo”, le habría parecido absurda a la gente de aquellos tiempos.

El amor divino era una idea nueva cuando Jesucristo vino al mundo. ¡Y nosotros, como Iglesia suya que somos, hemos de hacer que esta idea se renueve en nuestras vidas, en nuestro testimonio personal y en nuestra evangelización!

Durante estas cuantas semanas del Adviento, espero que todos podamos buscar recobrar ese asombro que experimentaron aquellos primeros seguidores de Jesús. ¡Él nos amó! Y nos sigue amando. Y él nos llama a que nos amemos los unos a otros como Él nos ha amado, y a que proclamemos su amor hasta los últimos rincones de la tierra.

¡Es necesario que creamos nuevamente en la fuerza del amor divino!

Por la profundidad infinita del amor que Dios nos tiene, él quiso entrar en nuestra historia y compartir nuestra condición humana.

Él se humilló a sí mismo para tomar parte en nuestra debilidad, en nuestros problemas y sufrimientos, en nuestras alegrías y esperanzas.

Podemos verlo en cada una de las páginas de los Evangelios. Jesús pudo experimentar lo que era el trabajo, lo que era tener una familia y unos amigos a los cuales amó y que fueron importantes para él. Experimentó lo que es estar cansado y sediento, y pudo experimentar lo que es ser incomprendido y rechazado.

Jesús amó con un corazón humano y divino. Y los Evangelios nos dicen que él amó hasta el extremo, con un amor tan grande que estuvo dispuesto a sufrir la muerte en una cruz. Dios murió por amor. Por amor a ustedes, por amor a mí y a todas y cada una de las personas.

Los santos nos exhortan a que no nos cansemos nunca de hablar del amor de Dios. Este amor es el eje del misterio del universo y de nuestras vidas.

Esto fue lo que llenó de asombro a los primeros cristianos y debe seguirnos asombrando a nosotros también.

“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor”, escribió San Juan. Y añadió: “Amamos a Dios, porque él nos amó primero”.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y en esta santa temporada, dirijámonos especialmente a la Santísima Virgen María, que llevó en su seno y bajo su corazón al Amor de Dios.

Que ella nos ayude a todos a abrir nuestros corazones de una manera nueva al amor de su Hijo, para que Él pueda hacer que nuestros corazones se asemejen más al suyo.