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Los antiguos solían hablar de una “gran cadena del Ser” y de un “libro de la naturaleza”. Ellos recurrían a una palabra, la teleología, para describir el modo en que toda la creación, y todo lo que forma parte de ella, tiene un propósito y forma parte del plan divino.

En nuestro mundo secularizado y científico, ya no hablamos de esa manera, y hemos perdido la costumbre de pensar así. En este tiempo pensamos en función de las causas y los efectos materiales, hablamos de cómo funcionan las cosas y de la manera en que operan.

Pero Dios no ha cambiado, y su proyecto sigue avanzando en su curso. El mundo entero —la creación y la historia, la vida de ustedes y la mía— sigue formando parte de un orden divino. Todas las cosas, las visibles y las invisibles, van avanzando hacia ese propósito superior, que es el suyo.

La Navidad es la revelación de ese propósito. Al hacerse hombre, Dios levanta el velo y nos muestra el significado de todo, nos hace ver cuál es la meta de todas las cosas.

En la liturgia de Navidad, se encuentra incluida una hermosa oración:

“Señor Dios, que de manera admirable creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable la restauraste, concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó compartir nuestra humanidad”.

El amor es el gran “motivo” de la realidad. El amor es la respuesta al misterio de quién es Dios, de por qué existe el mundo y la razón por la cual cada uno de nosotros fue creado.

Dios es Amor y el amor es la razón por la que él llamó a la existencia a este mundo. Dios es la “llave del amor” que abrió su mano y trajo todo a la existencia, como dijo Santo Tomás de Aquino.

Su amor es lo que mantiene unidas todas las cosas. Dios es “el Amor que mueve al sol y a las demás estrellas”, como lo dijo el poeta Dante. Cuando Dios se hace Niño en el seno de María, cuando se abaja a sí mismo para nacer de una mujer, revela que nosotros, en nuestra naturaleza humana, fuimos creados con la capacidad de Dios. Nuestra humanidad está destinada a compartir su divinidad. En su plan divino, fuimos creados para ser como Él, para participar de su naturaleza divina, para ser acogidos en el gran misterio de su amor.

Esto es lo que nos expresa esa hermosa oración de la liturgia navideña. Esto es la promesa de la Navidad.

Nunca lo olviden: Ustedes tienen un valor inestimable para Dios. Él los creó porque los ama y porque quiso que formaran parte de su creación.

Los primeros seguidores de Jesús se maravillaban del amor de Dios, y nosotros también deberíamos experimentar eso mismo. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor”, nos decían ellos. Y también: “Amamos a Dios, porque él nos amó primero”. En la solemne proclamación que se hace al comienzo de la Misa de Navidad de la noche, se nos recuerda que la Navidad fue un acontecimiento, un momento histórico, en el que Dios se hizo hombre en un tiempo y lugar específicos:

“…pasados innumerables siglos desde la creación del mundo… después también de muchos siglos… el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe… estando todo el orbe en paz, Jesucristo… queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida… nace en Belén de Judá, hecho hombre, de María Virgen”.

La historia es “su historia” y ustedes y yo formamos parte de su magnífico plan de amor, de esa historia de salvación que tuvo su comienzo en los albores de la creación y que se reveló en la Navidad.

Al ver al Niño Jesús en el pesebre, tenemos que reflexionar sobre todo esto. El Dios vivo, por el amor que nos tiene, ha bajado del cielo para compartir la vida de ustedes y para ser su amigo. Él ha venido a acompañarlos por el camino cada día y para estar con ustedes en cada momento de su vida.

Y todo esto es por amor, por amor hacia ustedes y hacia mí. Esta Navidad, abramos nuevamente nuestros corazones para recordar que fuimos creados maravillosamente, y que, más maravillosamente aún, hemos sido restaurados. Cada uno de nosotros tiene un inmenso valor y una inmensa dignidad a los ojos de Dios.

Permitamos que la Navidad nos dé un nuevo sentido del propósito de nuestra vida. Todo lo que hagamos ahora, hagámoslo por amor y en agradecimiento por este hermoso regalo del amor de él.

Podemos amar a Dios y amarnos unos a otros porque él nos amó primero. Y nuestro amor, puede hacer que nuestra vida se transforme según la imagen del amor de él, y que nuestra humanidad refleje la imagen de su divinidad. Y esto, hasta ese día en el que lleguemos al amor, que es nuestro destino para toda la eternidad, lo que los santos llaman “el amor que no tiene fin”.

¡Feliz Navidad! Sigan orando por mí y yo seguiré orando por ustedes.

Y permanezcamos siempre cerca de la Santísima Virgen María, en cuyo seno nació el Amor en Navidad.

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Arzobispo José H. Gomez

El Reverendo José H. Gomez es el arzobispo de Los Angeles, la comunidad católica más grande del país. También se desempeña como Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

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