ROMA -- Al celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción al finalizar el Año Santo, el Papa León XIV rezó para que la esperanza jubilar floreciera “en Roma y en cada rincón de la tierra”, trayendo consigo la reconciliación, la no violencia y la paz.

De pie cerca de la Plaza de España, en el centro de Roma, al pie de una imponente columna coronada por una estatua de María, el Papa dirigió la oración de miles de romanos, peregrinos y turistas el 8 de diciembre.

Al amanecer de ese día, un bombero llamado Roberto Leo, el jefe de departamento con más años de servicio en el cuerpo de bomberos de Roma, subió los 100 peldaños de una escalera aérea para colocar una corona de flores blancas en los brazos extendidos de la estatua, a unos 27 metros del suelo.

Siguiendo una tradición iniciada en 1958 por San Juan XXIII, el Papa Leo bendijo una canasta de rosas blancas que sus ayudantes colocaron a los pies de la estatua y leyó una oración escrita específicamente para la fiesta de este año, con referencias a lo que está sucediendo en la Iglesia, la ciudad y el mundo.

En la oración a María, el Papa León señaló que el año jubilar atrajo a millones de peregrinos a Roma, en representación de “una humanidad probada, a veces aplastada, humilde como la tierra de la que Dios la moldeó y en la que no cesa de soplar su Espíritu de vida”.

“Mira, oh María, a tantos hijos e hijas en los que no se ha apagado la esperanza: haz brotar en ellos lo que tu Hijo ha sembrado, Él, Palabra viva que en cada uno pide crecer aún más, tomar carne, rostro y voz”, oró el Papa.

Ahora que las Puertas Santas de las principales basílicas de Roma están a punto de cerrarse al final del Jubileo, el 6 de enero, dijo: “Que se abran ahora otras puertas de casas y oasis de paz en los que renazca la dignidad, se eduque en la no violencia, se aprenda el arte de la reconciliación”.

El Papa rezó para que María inspire “nuevas intuiciones a la Iglesia que camina en Roma y a las Iglesias particulares que en cada contexto recogen las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestros contemporáneos, sobre todo de los pobres, y de todos los que sufren”.

El Papa León también expresó la esperanza de que el bautismo, que lava a cada persona del pecado original, “siga generando hombres y mujeres santos e inmaculados, llamados a convertirse en miembros vivos del Cuerpo de Cristo, un Cuerpo que actúa, consuela, reconcilia y transforma la ciudad terrenal en la que se prepara la Ciudad de Dios”.

En un mundo lleno de “cambios que parecen encontrarnos desprevenidos e impotentes”, pidió a María que intercediera y ayudara.

“Inspíranos sueños, visiones y valor, tú que sabes mejor que nadie que nada es imposible para Dios, y que Dios no hace nada solo”, rezó.

El Papa también pidió a la Virgen María que ayudara a la Iglesia a estar siempre “con y entre la gente, levadura en la masa de una humanidad que clama justicia y esperanza”.

Antes de dirigirse a la Plaza de España, el Papa había dirigido el rezo del Ángelus al mediodía con los visitantes en la Plaza de San Pedro.

Al preservar a María de cualquier mancha de pecado desde el momento de su concepción, dijo, Dios le concedió “la gracia extraordinaria de un corazón totalmente puro, en vista de un milagro aún mayor: la venida al mundo, como hombre, de Cristo Salvador”.

Esa gracia extraordinaria dio frutos extraordinarios, dijo, “porque ella, en su libertad, lo acogió abrazando el proyecto de Dios”.

“El Señor siempre actúa así: nos concede grandes dones, pero nos deja libres para aceptarlos o no”, dijo el Papa. “Así, esta fiesta, que nos hace regocijarnos por la belleza inmaculada de la Madre de Dios, nos invita a creer como ella creyó, dando nuestro generoso consentimiento a la misión a la que el Señor nos llama”.

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Cindy Wooden