La exhortación apostólica “Dilexi Te” (“Te he amado”) es el primer documento oficial del Papa León XIV. Firmado en la fiesta de San Francisco de Asís, fue en realidad iniciado por el Papa Francisco.
Al decidir completar un texto que su predecesor había comenzado a escribir, León señaló continuidad con Francisco, reafirmando una visión de la misión de la Iglesia con los pobres, enraizada en la Sagrada Escritura, templada por el realismo y, en su caso, informada por toda una vida de experiencia misionera.
El documento se abre y se cierra con las mismas palabras: “Te he amado”. La simetría parece deliberada, un recordatorio de que el Evangelio mismo empieza y termina en el amor: un amor que desciende a la pobreza humana y regresa a Dios a través del amor al prójimo. Entre esas dos frases se despliega una meditación sobre cómo los cristianos pueden creer en el Dios que se hizo pobre por nosotros.
“Dilexi Te” no es un manifiesto social, aunque aborda cuestiones sociales. Es una reflexión teológica, cristocéntrica, misionera, arraigada en la tradición —con amplias secciones dedicadas a lo que los santos han dicho sobre el tema— y contemplativa. Invita a los católicos a ver la pobreza no solo como un problema que resolver, sino como un lugar donde Dios se revela.
Cómo nació el documento
Para quienes conocen la biografía de León, esta perspectiva no resulta sorprendente.
Mucho antes de su elección al papado, Robert Prevost pasó años viviendo entre los pobres en Perú, acompañando a pequeñas comunidades que medían la riqueza no en posesiones, sino en fe, dignidad y resiliencia. Esa experiencia —de una Iglesia frágil pero viva— moldeó para siempre su comprensión de la pobreza.
Debemos “dejarnos evangelizar por los pobres”, escribe, pues ellos revelan el rostro del “Hijo del Hombre [que] no tiene dónde reclinar la cabeza”. En estas palabras, tomadas directamente de los Evangelios de Lucas y Mateo, León capta lo que la vida misionera le enseñó: la evangelización no es un movimiento unidireccional del que tiene al que carece, sino un intercambio mutuo en el que los pobres se vuelven maestros de las verdades esenciales del Evangelio: dependencia, gratitud y esperanza.
Dicho esto, el Papa no idealiza la pobreza en “Dilexi Te”. Habla de su brutalidad —el hambre, el desplazamiento, la violencia y la humillación— con términos contundentes. Amar a los pobres, insiste, significa trabajar para que nadie permanezca pobre por causa de la injusticia, la indiferencia o el designio humano. La pobreza puede revelar a Cristo, pero nunca es aceptable como condición permanente.
Aquí radica uno de los principales aportes de “Dilexi Te”: la tensión entre la pobreza como problema y la pobreza como revelación. La Iglesia debe combatir las causas de la pobreza, incluso mientras escucha lo que Dios enseña a través de quienes la padecen.

El futuro Papa León XIV, el obispo Robert Prevost, bendice tanques de oxígeno donados durante la pandemia de COVID-19 como parte de la iniciativa “Oxígeno de Esperanza” para ayudar a los pacientes. (Vatican News/Diócesis de Chiclayo)
Lo que dice “Dilexi Te”
El corazón de la exhortación reside en su afirmación de que la pobreza, bien entendida, revela la presencia de Dios en lugares inesperados. En el “grito de los pobres”, escribe León, escuchamos el eco de la primera palabra de Dios a la humanidad: “He visto la aflicción de mi pueblo”. Encontrarse con los pobres, entonces, es volver a entrar en la historia de la salvación, al momento en que la compasión de Dios se convierte en acción.
“Al escuchar el clamor de los pobres, se nos pide entrar en el corazón de Dios, que siempre se preocupa por las necesidades de sus hijos, especialmente de los más necesitados. Si permanecemos insensibles a ese clamor, los pobres bien podrían clamar al Señor contra nosotros, y cargaríamos con culpa (cf. Deuteronomio 15,9) al apartarnos del mismo corazón de Dios.”
El documento de León articula una teología de la pobreza, no una ideología. No glorifica la carencia material ni reduce la fe al activismo.
“En los rostros heridos de los pobres, vemos el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el sufrimiento mismo de Cristo”, sostiene. En esa revelación, el cristiano descubre tanto la profundidad de la misericordia divina como la exigencia del discipulado.
Para León, esto no es teología abstracta, sino realidad encarnada. “Los pobres no son una categoría sociológica, sino la misma ‘carne’ de Cristo. No basta con profesar la doctrina de la Encarnación en términos generales. Para entrar verdaderamente en este gran misterio, debemos comprender claramente que el Señor asumió una carne que tiene hambre y sed, que sufre enfermedad y encarcelamiento.”
Por qué “Dilexi Te” es importante
Para León, el amor a los pobres es una parte necesaria de la santidad. Por eso, a mitad del documento, invoca a San Gregorio Magno, San Francisco de Asís, San Vicente de Paúl, San Juan Pablo II y Santa Teresa de Calcuta, quienes vieron en los pobres el reflejo más claro de Cristo. El amor a los pobres, sugiere, no es invento de un pontificado o de una teología particular. Es el signo perenne de autenticidad de quien afirma seguir a Cristo.
Sin embargo, León amplía el significado de la pobreza, describiéndola como un fenómeno “multifacético”.
“El Señor dice: ‘Te he amado’”, escribe a lo largo del texto, “al hambriento y al refugiado, a la mujer despojada de su dignidad y al niño privado de su inocencia, al adicto, a los que lloran, a quienes carecen de atención médica, a los que no pueden hablar libremente, a los que están cansados de tener miedo.” En este sentido, la pobreza no es solo económica, sino moral, emocional, espiritual y relacional: una red de sufrimientos que clama por redención.
Como alguien que ha sido testigo de la pobreza tanto en países en desarrollo como en centros urbanos de Estados Unidos, León sabe que la ayuda material por sí sola no puede sanar lo que hiere el espíritu humano.
“Los pobres no son proyectos”, advierte en otro pasaje, “sino personas a través de las cuales Cristo sigue diciendo: ‘Te he amado’.”
Si se quiere entender lo que el pontificado del Papa León XIV traerá para el futuro, “Dilexi Te” es clave para comprender su visión pastoral: pragmática, misionera y convencida de que la fe debe vivirse en proximidad con el sufrimiento humano.
La exhortación termina donde comenzó: “Te he amado”. La repetición es más que literaria; es teológica. Amamos porque hemos sido amados primero. En esas tres palabras, León traza el horizonte de su pontificado: una Iglesia que no idealiza la pobreza, sino que encuentra en ella el rostro de Cristo, y un amor que se convierte en acción —no en sentimiento, sino en servicio.