Read in English

Hace poco celebré la Misa del centenario de la Iglesia de Nuestra Madre del Buen Consejo en Los Ángeles, que es una parroquia que está a cargo de la orden religiosa agustina.

El Papa León XIV, que es agustino, envió un mensaje personal a esa parroquia, que lleva el nombre de una imagen milagrosa de 600 años de antigüedad a la que nuestro nuevo Santo Padre le tiene especial devoción.

De hecho, en su primer viaje fuera del Vaticano, eligió rezar ante la imagen original, que se encuentra en el Santuario de la Madre del Buen Consejo en Genazzano, cerca de Roma.

Desde la elección de León, he seguido leyendo y reflexionando sobre San Agustín. Este santo ha sido un compañero espiritual para mí a lo largo de mis años de sacerdote y obispo, un compañero al que he recurrido con frecuencia en mis predicaciones y escritos. Aunque él vivió en el siglo V, su historia siempre me ha parecido moderna.

Agustín era una persona en búsqueda, él buscaba la verdad sobre su vida y sobre la manera en la que él debía vivir. Y buscó esta verdad en la filosofía y en la política, al igual que en otras religiones. Y se vio atrapado por los pecados de la carne y por las falsas ideologías. A los 19 años tuvo una amante con la cual tuvo un hijo.

Ninguno de los caminos que tomó le trajo la felicidad. Y durante todo ese tiempo, su paciente madre cristiana, Santa Mónica, oraba y ofrecía sacrificios por él.

Un día, cuando Agustín leía las Escrituras, Dios tocó su corazón. En su autobiografía, él escribió más tarde: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.

Esa percepción de Agustín es el fundamento de mi carta pastoral de 2016 “Ustedes nacieron para cosas más grandes”, sobre el significado de la persona humana.

Agustín comprendería este momento que está atravesando nuestra sociedad: comprendería la violencia y la inestabilidad que nos rodea, la pérdida de confianza en las instituciones, la profunda desconfianza que separa a los vecinos.

En su inconclusa obra maestra, “La Ciudad de Dios”, él escribió acerca de las “guerras de la peor clase, es decir, las guerras sociales y civiles”, y puso en guardia contra quienes habían “perdido todo sentimiento humano”.

Hoy, Agustín nos llamaría a recuperar lo que hemos perdido: “la frugalidad y el dominio propio… la fidelidad al vínculo matrimonial, y el carácter casto, honorable y recto. Cuando un país se distingue por estas cualidades, se puede decir con certeza que está en pleno auge”.

Él nos recordaría que el mandamiento de amar a nuestro prójimo implica ser artífices de la paz. Y nos recomendaría un camino sencillo para lograr la paz social: “Ante todo, no hacerle daño a nadie y, en segundo lugar, ayudar a todos, siempre que sea posible”.

Agustín era un hombre lleno de esperanza. En alguna ocasión predicó acerca de cómo “el mundo nos sonríe a través de muchas cosas”.

Mientras haya un corazón humano, existe la oportunidad de un nuevo comienzo. Como dijo él: “Para que hubiera un principio, fue creado el hombre”.

Lo que quiso decir con esto es que la renovación de la sociedad empieza con ustedes y conmigo, con nuestra decisión de amar a Jesús como él nos ha amado, y por nuestra elección de confiar en su amor y de buscar el bien, la verdad y la belleza.

“Que nuestras vidas sean buenas, y los tiempos serán buenos”, consideraba él. “Nosotros somos quienes conformamos nuestro tiempo, es decir, como nosotros seamos, así serán los tiempos”.

No podemos controlar las acciones de nuestro prójimo ni convertirlo para que lleve una buena vida, enseñaba Agustín.

Lo que sí podemos hacer es confiar en que Dios tiene un plan para este mundo que él creó, y podemos responder con todo nuestro corazón al llamado de amor que él nos hace, a cada uno de nosotros, si vivimos con honor y virtud, y practicando un amor generoso hacia los demás.

El Papa León citó recientemente esa exhortación que Agustín hace: “Amen lo que serán”, lo cual es un hermoso recordatorio de que el amor de Dios nos llama a la existencia y hace que nuestra vida sea la aventura de vivir con Él y de seguirlo en el amor. Agustín nos lanzó también un desafío: “¿Deseas conocer la calidad del amor? ¡fíjate a qué conduce!”. Escuchamos aquí el eco de aquella primera invitación de Jesús a sus seguidores: “Vengan a ver”.

Dios sigue hablando a nuestros corazones inquietos. Y mientras más respondamos a su voz, más llegaremos a ser las personas que Él desea que seamos.

De este modo es como cambiaremos el mundo.

En una de sus últimas cartas, escrita apenas dos años antes de su muerte, encontramos a este obispo de 74 años esforzándose por darle fin a la trata de esclavos africanos.

Para Agustín, el llamado del amor de Dios significaba defender siempre la dignidad humana, sanar las heridas del pecado, superar los desacuerdos y forjar amistades, reconociendo en los demás lo que vemos también en nosotros mismos: la imagen de Dios y un corazón inquieto que solamente encontrará la paz en él.

Esta es la sabiduría que él nos comparte.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

Y que nuestra Madre del Buen Consejo ilumine nuestra mente y fortalezca nuestro corazón en nuestra búsqueda por seguir la voluntad de su Hijo en este momento.

author avatar
Arzobispo José H. Gomez

El Reverendo José H. Gomez es el arzobispo de Los Angeles, la comunidad católica más grande del país. También se desempeña como Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

Puedes seguir a Monseñor Gómez diariamente a través de Facebook, Twitter and Instagram.