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El asesinato de Charlie Kirk parece haber fracturado algo profundo en el espíritu estadounidense.

Es una tragedia que probablemente deba entenderse como la señal más preocupante hasta ahora de una fractura en curso, una oscuridad que está echando raíces más profundas en Estados Unidos. Parecemos estar en medio de una revolución cultural, en la que la moral misma está siendo completamente reescrita por amplios sectores de nuestros conciudadanos.

El asesinato de Kirk no es, ciertamente, el primer acto de violencia horrorosa ocurrido en el último año, especialmente en el ámbito político.

El verano pasado, un joven intentó matar al presidente Trump durante un mitin en Pensilvania. En invierno, Brian Thompson, CEO del gigante de seguros United HealthCare, fue asesinado a tiros en las calles de Manhattan por Luigi Mangione, un joven alienado que supuestamente planeó el asesinato con anticipación como forma de protesta contra las supuestas injusticias del sistema de salud. En junio, la representante estatal demócrata de Minnesota, Melissa Hortman, y su esposo fueron asesinados en un tiroteo que aparentemente tuvo motivaciones políticas.

Y ahora sabemos, según los documentos de acusación en el caso de Kirk, que el fundador de Turning Point USA fue asesinado también por motivos ideológicos: le disparó desde 200 metros de distancia un joven descontento que dijo haber “tenido suficiente del odio de [Kirk]”.

El movimiento antiliberal que busca silenciar o castigar la libertad de expresión ha hecho estragos en los campus universitarios durante décadas. Pero que un pensador público sea asesinado en un campus mientras debatía abiertamente con sus adversarios ideológicos marca un nuevo y espantoso punto de degradación.

Como si el asesinato en sí no fuera ya lo suficientemente trágico, buena parte de la reacción pública confirmó que el asesino no estaba solo en su creencia de que Kirk merecía morir por defender sus ideas.

Cualquiera que haya pasado tiempo en redes sociales tras el asesinato recordará que la celebración abierta de su muerte, lamentablemente, no estuvo confinada a cuentas anónimas y oscuras. Evidentemente, demasiados de nuestros conciudadanos coinciden con el presunto asesino en que las ideas de Kirk justificaban su muerte, sin mencionar a quienes comenzaron a pedir que otros pensadores conservadores sean los próximos en la lista.

Esto debería estremecernos, pero quizás ya hemos perdido la capacidad de asombro. Una campaña de recaudación en línea para apoyar a Mangione, después de todo, había superado el millón de dólares en donaciones hasta mayo. Mientras tanto, una encuesta anual realizada por la Fundación para los Derechos Individuales y la Expresión muestra que 1 de cada 3 estudiantes universitarios en EE.UU. cree que es aceptable usar la violencia para oponerse a un orador público, frente a 1 de cada 5 que opinaba lo mismo en 2020.

No podemos aceptar este cambio en silencio. Convertirse en una sociedad donde un gran número de ciudadanos acepta —o incluso celebra— asesinatos vigilantes por motivos ideológicos no solo va en contra del espíritu estadounidense: es una señal de descomposición moral profunda. O nuestra nación sigue abrazando la voluntad fundamental de resolver nuestras diferencias en las urnas y mediante el debate público, o aceptamos tácitamente que cualquiera de nuestras diferencias puede resolverse con derramamiento de sangre.

No existe ninguna declaración polémica, cosmovisión o sistema de creencias —ni siquiera crimen alguno— que justifique un asesinato. Los estadounidenses provida entienden esta verdad profundamente. Nuestro movimiento condena sin reservas los asesinatos vigilantes de abortistas, a pesar de que su labor implique matar deliberadamente a seres humanos inocentes. Ninguna sociedad bien ordenada puede sobrevivir si se acepta que los ciudadanos pueden ejecutar a otros siempre que crean tener razones suficientemente fuertes.

En última instancia, el asesinato de Kirk es un recordatorio impactante de que vivimos en un mundo marcado por el pecado, y del cual no hay escapatoria. El grupo de Kirk, Turning Point (Punto de Inflexión), lleva un nombre muy apropiado para el momento en el que nos encontramos. Su muerte debe ser un punto de inflexión. Pero, ¿hacia dónde debemos volvernos?

Los católicos estadounidenses de todas las sensibilidades políticas deberían aprovechar esta oportunidad para volver una vez más al pie de la cruz, ese “punto inmóvil del mundo que gira”. Debemos recordar que, aunque estamos llamados a vivir virtuosamente y guiar a otros a Cristo durante nuestro tiempo en la tierra, estamos destinados a la eternidad. Ningún proyecto ideológico, movimiento político o renovación cultural puede arreglar la naturaleza caída del ser humano ni borrar la realidad del pecado original.

Para eso, solo está la cruz. Al enfrentar la fractura que nos rodea, permitamos que esta tragedia nos lleve de regreso a Dios, que no nos quiere en una mascarada de perfección, sino con todas nuestras heridas. Que podamos ver este momento trágico para nuestro país como una de las infinitas invitaciones que Él nos extiende para que volvamos a Él.

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Inés San Martín
Inés San Martín es periodista argentina y jefa de la oficina de Roma de Crux. Ella es una colaboradora frecuente de Ángelus.