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El padre Juan Manuel Gutiérrez acababa de terminar la Misa dominical en la parroquia de Santa Francisca Xavier Cabrini, en el sur de Los Ángeles, el 31 de agosto, cuando uno de sus feligreses más jóvenes corrió a abrazarlo… y a pedirle un favor inusual.

“Cuando veas al Papa León, ¿le puedes decir que Natalie le manda saludos?”, le preguntó la alumna de segundo grado que asiste a la escuela católica parroquial.

Era un pedido audaz, pero también prematuro.

Gutiérrez ni siquiera estaba seguro de poder viajar a Roma la semana siguiente para asistir a la canonización, el 7 de septiembre, de Pier Giorgio Frassati, el beato italiano del siglo XX cuya intercesión fue reconocida oficialmente como responsable de la curación milagrosa del tendón de Aquiles desgarrado de Gutiérrez hace ocho años.

Y aún si lograba ir, un encuentro con el Papa León XIV parecía improbable. Pero Gutiérrez se sintió conmovido por la fe infantil que tenía delante: Natalie no dijo “si lo ves”. Dijo “cuando lo veas”.

“Natalie, la verdad no creo que vaya a poder verlo”, le dijo Gutiérrez. “Pero si alguna vez lo hago, le diré que le mandaste saludos”.

Gutiérrez espera en el patio del Palazzo del Sant’Uffizio la mañana del 10 de septiembre de 2025. (Pablo Kay)

Diez días después, el 10 de septiembre, Gutiérrez se encontraba bajo una intensa lluvia en la Plaza de San Pedro, haciendo fila para un breve encuentro personal con el mismo Pontífice tras la Audiencia General del miércoles.

“Fue literalmente surrealista, porque no supe que iba a encontrarme con él hasta unas horas antes”, dijo Gutiérrez a Angelus tras el encuentro. “Tantas cosas tuvieron que alinearse para que yo pudiera ver al Papa”.

Y sí, muchas cosas.

Debido a problemas con la documentación, Gutiérrez no obtuvo autorización para viajar a Italia hasta el Día del Trabajo (Labor Day). Llegó a Roma tres días después, acompañado por familiares venidos de México y algunos amigos de Los Ángeles. Una de sus primeras prioridades era encontrarse con Wanda Gawronska, sobrina de Frassati de 97 años y figura clave en el movimiento que impulsó su causa de canonización.

En la Misa de canonización celebrada en la Plaza de San Pedro ese domingo, Gutiérrez concelebró a unos pocos metros del Papa, junto a cientos de otros sacerdotes de todo el mundo. Aunque tuvo un lugar especial (detrás de la sección de los obispos), era uno más entre cientos de dignatarios y personas asociadas a Frassati y al otro joven italiano canonizado ese día, San Carlo Acutis.

El Papa estaba tan cerca… y, sin embargo, tan lejos.

Al día siguiente, durante la Misa de Acción de Gracias por la canonización de Frassati en la Basílica de Santa Maria Sopra Minerva, Gutiérrez fue reconocido por el celebrante, el cardenal Giovanni Battista Re —decano del Colegio Cardenalicio, de 91 años— como el beneficiario del milagro que permitió la canonización. El anuncio despertó aplausos y miradas curiosas entre los asistentes.

Pero había otra razón para que Gutiérrez estuviera emocionado ese día: acababan de confirmarle una cita de último momento con el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, quien supervisó la fase final del proceso de canonización.

La cita fue gestionada con ayuda de monseñor Robert Sarno, el sacerdote de Brooklyn que investigó la historia de la curación del tobillo de Gutiérrez en 2017.

Gutiérrez bendice a un joven con autismo luego de que su familia lo detuviera en la Plaza de San Pedro el 9 de septiembre de 2025. (Pablo Kay)

Al día siguiente, Gutiérrez tomó un taxi desde el convento capuchino donde se alojaba hasta la Plaza de San Pedro. Antes de entrar a la sede del dicasterio, una familia colombiana lo detuvo en la plaza. Lo habían reconocido por entrevistas en medios de comunicación y le pidieron una bendición especial para su hijo, que sufre una forma severa de autismo.

Ya en la oficina de Semeraro, el cardenal italiano se sorprendió al saber que Gutiérrez había tenido un rol tan discreto en la canonización. Al preguntarle si había posibilidad de que el sacerdote angelino pudiera conocer al Papa en la Audiencia General del día siguiente, Semeraro alzó los brazos:

“Es demasiado tarde”, dijo. “Pero déjame ver qué puedo hacer”.

Una hora después, Gutiérrez recibió una llamada durante el almuerzo. Era el cardenal, con un mensaje claro: “Encuéntrame mañana por la mañana, antes de la audiencia, dentro del Palazzo del Sant’Uffizio”, el imponente edificio amarillo oscuro junto a San Pedro que alberga las oficinas del Dicasterio para la Doctrina de la Fe… y el lugar donde el Papa León ha vivido en un apartamento, tanto como cardenal como ahora, al menos temporalmente, como papa.

La mañana siguiente, Gutiérrez esperó al cardenal en el patio del palacio mientras la lluvia caía intensamente. Una vez que todos estaban listos, Semeraro recibió reverencias corteses de la seguridad vaticana mientras llevaba a Gutiérrez más allá de la Guardia Suiza hacia la Plaza de San Pedro.

¿Entrada? No hacía falta.

Para Gutiérrez, que ni siquiera era católico practicante cuando emigró de México a Estados Unidos hace casi 20 años, el inminente encuentro personal con el Sucesor de Pedro lo hizo reflexionar: la muerte de su madre por cáncer, su regreso a la fe, su vocación sacerdotal, la lesión en su tobillo. Tantos eventos extraños y a menudo dolorosos lo habían llevado hasta allí.

Cuando llegó su turno de saludar al Papa, Gutiérrez sabía lo que quería decir… pero tenía solo unos segundos para hacerlo.

“Santo Padre, me llamo Juan Gutiérrez y soy sacerdote de la Arquidiócesis de Los Ángeles”, comenzó en español. “Soy el que recibió el milagro de sanación reconocido para la canonización de Pier Giorgio Frassati”.

Los ojos del Papa se abrieron con sorpresa.

Gutiérrez junto a Natalie Huerta, la niña de segundo grado que le pidió saludar al Papa, y su madre Martha, después de la Misa del domingo en la iglesia St. Frances Xavier Cabrini, en el sur de Los Ángeles, el 3 de septiembre de 2025. (Padre Juan Gutiérrez/Angelus News)

Luego de explicar cómo el cardenal Semeraro y otros habían facilitado el encuentro, Gutiérrez contó al Papa que, antes de viajar a Roma, una niña se le había acercado después de misa con un mensaje para él.

“En ese momento, no sabía si iba a venir o no”, le dijo Gutiérrez. “Así que le dije: ‘No sé si podré verlo, pero si lo hago, le diré que le mandas saludos’”.

El Papa sonrió: “Pues dile a Natalie que yo también le mando saludos”.

Gutiérrez también le transmitió una petición del párroco de Cabrini, el padre Christopher Felix: “un pensamiento y una oración” del Papa para su comunidad, especialmente para los inmigrantes, que viven tiempos de temor por las redadas migratorias de ese verano en el sur de California.

Tras intercambiar algunas palabras más sobre la situación migratoria en Los Ángeles, Gutiérrez cerró la conversación sacando de su chaqueta cinco tarjetas de béisbol de edición limitada con la imagen del Papa —una para él y las otras para amigos. Planeaba pedirle que las firmara, pero pensó que no era el momento adecuado.

“¿Podría al menos tocarlas?”, le pidió Gutiérrez.

El Papa rió y extendió la mano. Misión cumplida.

Después, Gutiérrez le dijo a Angelus que hubo varias cosas del día que lo impactaron. Una de ellas fue la expresión del Papa durante su minuto de conversación.

“Pude ver su ternura, su serenidad, su firmeza, pero también su amor”, dijo Gutiérrez. “Cada vez que le hablaba de nuestra comunidad inmigrante [en Los Ángeles], veía en su rostro que lo sentía profundamente”.

Gutiérrez también encontró una poética ironía en el clima de ese día. Para frustración de sus amigos, siempre ha disfrutado de la lluvia. Ser recibido en el Vaticano esa mañana con intensos chaparrones y ráfagas de viento, lo interpretó como una señal.

“Dios tiene un lenguaje de amor con cada uno de nosotros, y Él conoce el mío”, dijo Gutiérrez.

La mañana del encuentro de Gutiérrez con el cardenal Semeraro, sus familiares abordaron un avión de regreso a Ciudad de México. Una de ellas, su hermana menor Laura, dijo a Angelus, tras la canonización, que aún estaba asimilando el rol histórico de su hermano.

“¿Cómo fue que un mexicano del otro lado del mundo recibió este milagro que ninguno de nosotros esperaba?”, dijo Laura. “Nunca imaginamos que se haría sacerdote, mucho menos que recibiría un milagro como este”.

Por ahora, Gutiérrez pasará un tiempo en Europa visitando lugares como Turín, donde vivió Frassati y donde descansan sus restos, y Polonia, donde ha sido invitado a compartir su testimonio en una parroquia que lleva su nombre.

Pero ese encuentro con el Papa León, dice Gutiérrez, fue “la cereza del postre” tras la canonización.

“Cuando Dios quiere que algo suceda, va más allá de todos los canales humanos para hacer su voluntad en nuestras vidas”, dijo Gutiérrez. “Solo tenemos que confiar, esperar y hacer nuestra parte”.

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Pablo Kay
Pablo Kay es el redactor en jefe de Angelus.