Recordando el miedo y los gritos de estudiantes, padres y personal escolar que decían “agáchense, quédense abajo, no se levanten” mientras las balas atravesaban la iglesia de la Anunciación durante una Misa escolar en Minneapolis, el padre Dennis Zehren, párroco de la comunidad, afirmó que lo ocurrido marcó un nuevo comienzo.
Cuatro días después del ataque, mientras la iglesia —ahora profanada— permanecía cerrada, el auditorio de la escuela parroquial contigua se llenó con más de 400 personas el 30 de agosto, que se abrazaban, conversaban, lloraban e incluso sonreían.
Celebraban la primera Misa dominical desde el atentado del 27 de agosto, que dejó dos alumnos muertos, 18 heridos y tres adultos lesionados, mientras el padre Zehren presidía la liturgia. Según informó la policía, el presunto atacante fue hallado muerto en el lugar, por una herida de bala autoinfligida.
El arzobispo Bernard Hebda concelebró la Misa, y el diácono Kevin Conneely —quien sirve en la parroquia y también estuvo presente en la Misa escolar— asistió y proclamó el Evangelio. Entre los asistentes no solo había feligreses de la parroquia, sino también personas de otras zonas de la arquidiócesis, como Paul y Maggie Wratkowski, junto a sus tres hijos, provenientes de Santa Cecilia en St. Paul.
“Estamos aquí para apoyar a la comunidad católica, a las personas que están aquí”, dijo Paul Wratkowski. “Dios quiere que prosperemos en comunidad, apoyándonos y amándonos unos a otros”.
Pero en esta Misa, los miembros de la congregación no estaban en los bancos a los que estaban acostumbrados, comentó el padre Zehren. Estaban sentados en sillas plegables, con el altar ubicado en el escenario del auditorio. Y todavía luchaban con la tragedia vivida.
“Está claro para todos nosotros aquí en la Anunciación que estaremos sentados en un banco distinto por mucho tiempo, debido a lo que ocurrió”, dijo en su homilía, señalando que la iglesia permanecerá cerrada hasta ser reconsagrada y así poder ser utilizada nuevamente para el culto.
Las lecturas del día apuntaban a la humildad, explicó el padre Zehren. En el Evangelio según san Lucas, Jesús exhorta a sus oyentes a no tomar el lugar de honor en un banquete, sino a elegir el último asiento.
“Mi querida gente de la Anunciación, mi querida gente de Minneapolis y más allá: estamos en un lugar muy bajo”, dijo el párroco. “Estamos en un lugar más bajo del que jamás hubiéramos imaginado. Podemos mirar alrededor y ver que este no es nuestro asiento habitual. Este no es nuestro lugar de reunión habitual, no es nuestro espacio de culto de siempre”.
Al mismo tiempo, recordó que estaban reunidos en el auditorio donde se celebraban las Misas durante décadas antes de que se construyera la iglesia nueva en 1961.
“Jesús habla de humildad, así que regresamos a nuestros comienzos humildes”, dijo el padre Zehren. “Eso es lo que representa este día. Es un comienzo humilde… Es un llamado a comenzar de nuevo. Lo complicado de la virtud de la humildad es que no siempre podemos elegir el asiento ni el plano de ubicación”.
A veces, las personas obtienen el lugar de honor, o un sitio cómodo, “con todo tipo de cojines agradables”, añadió.
“Pero a veces, tenemos que sentarnos en el polvo”, dijo. “Es un asiento muy humillante. Sé que lo mejor que podemos hacer es quedarnos ahí un tiempo… Jesús dice: ‘¿Puedes simplemente sentarte conmigo aquí, en el polvo?’ Porque ahí es donde él está. Es el mismo polvo en el que Jesús cayó mientras cargaba la cruz. Es el mismo polvo en el que sangró. Jesús dijo: ‘¿Puedes venir a sentarte conmigo y permanecer en este lugar humilde?’”
“Ese fue el primer mensaje que escuchamos el miércoles por la mañana, cuando la primera bala atravesó la ventana y las voces gritaban: ‘¡Abajo, abajo! ¡Agáchense, no se levanten!’”, recordó el padre Zehren con la voz entrecortada por la emoción.
“Pero cuando estábamos allí, en ese lugar bajo, Jesús nos mostró algo”, continuó. “Nos mostró: ‘Yo soy el Señor incluso aquí. Yo soy el que descendió a los infiernos. Yo soy el que ha asumido toda la oscuridad y el mal de este mundo, todas las fuerzas de la muerte y del pecado’. Jesús señaló y dijo: ‘¿No ves cuán débil es todo esto? ¿No ves cuán desesperado es? ¿No ves que esto nunca podrá prevalecer? ¿No ves que esta no es la razón por la que Dios nos creó?’”
“Entonces nos mostró. Comenzó a mostrarnos una luz. Es una nueva luz. La luz de un nuevo día está amaneciendo”, dijo el padre Zehren. “Esperamos esa luz de un nuevo día… Esa luz del mundo es Jesucristo”.
“Nos recuerda que cuando la muerte y la oscuridad han hecho su peor jugada, es entonces cuando Dios dice: ‘Ahora vean lo que voy a hacer’”, agregó.
Sean O’Brien, su esposa Mallory y sus cuatro hijos, feligreses de la Anunciación, asistieron a la Misa del 30 de agosto. Sean estuvo presente en la Misa escolar junto a su hija de dos años cuando ocurrió el tiroteo. Su hijo de cuarto grado y su hija de primer grado estaban sentados en las bancas. Su pequeño en edad preescolar estaba en el sótano de la iglesia. Ninguno de ellos resultó herido.
“Creo que poder expresar tan profundamente lo que todos sentimos desde el púlpito fue muy significativo. Es un gran consuelo tener un pastor (el padre Zehren) que puede hablar con esa carga emocional”, dijo O’Brien, miembro de toda la vida de la parroquia, donde su abuelo fue diácono.
“Vine con el optimismo de que esta comunidad se reconstruiría, y ahora estoy más seguro que nunca en mi vida”, afirmó. “No puedo esperar a ver lo que el Señor hará ahora”.