Cuando el Papa León XIV cambia con naturalidad del italiano al inglés y al español durante sus audiencias generales de los miércoles en el Vaticano, básicamente deja a la mitad de los intérpretes vaticanos sin trabajo.
Pero esos momentos son más que muestras de destreza lingüística. Revelan algo más profundo sobre el nuevo pontífice: una preferencia por la claridad antes que la mediación, por la transparencia antes que la interpretación.
Para una Iglesia que con frecuencia queda atrapada entre narrativas enfrentadas e intérpretes autoasignados de las intenciones papales, el instinto de León por comunicarse de forma directa y clara puede ser uno de sus rasgos más importantes al inicio de su pontificado.
También es un rasgo que tiene mucho que ver con los lazos de León con América Latina, donde la voz de la Iglesia ha sido tanto un factor de unidad como un punto de controversia en medio de crisis políticas, económicas y sociales.
El ex Robert Prevost pasó décadas sirviendo en Perú, primero como misionero y luego como obispo de Chiclayo, lo que le dio un conocimiento íntimo de las luchas diarias de las personas en las “periferias” de la sociedad.
El hilo misionero no es el titular de su pontificado, pero sí el tejido con el que está confeccionado su estilo. Su énfasis en la escucha, en valorar el liderazgo laico y en involucrar a mujeres y jóvenes en las actividades de la Iglesia reflejan hábitos formados en parroquias y territorios de misión alejados de Roma. Como resultado, sus llamados públicos sobre temas globales como el cambio climático o la migración suenan menos a abstracciones y más a urgencias pastorales.
Esto se ve con especial claridad en sus llamados a la paz. En sus primeros tres meses como Papa, instó repetidamente al fin de las guerras en Ucrania, Medio Oriente y África. Sus mensajes enfatizan el costo humano de los conflictos, más que las abstracciones políticas.
“Las guerras nunca son inevitables. Las armas pueden y deben callarse. Quienes hacen la historia son los artesanos de la paz, no los fabricantes de armas”, dijo a los embajadores en mayo.
El Papa León XIV se reúne con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en la villa papal de Castel Gandolfo, Italia, el 9 de julio de 2025. (CNS/Media Vaticana)
También advirtió que la paz no es simplemente la ausencia de conflicto: “La paz se construye en el corazón y desde el corazón, eliminando el orgullo y el deseo de venganza, y eligiendo con cuidado nuestras palabras. Porque las palabras también, no solo las armas, pueden herir e incluso matar”.
La claridad de León no se limita al lenguaje. Su disposición a explicar sus decisiones en tiempo real —incluso las logísticas— marca un estilo de gobierno caracterizado por la apertura. Esto contrasta de forma llamativa con la tendencia del Papa Francisco a dejar ciertas ambigüedades en algunos temas, lo cual generaba espacios que comentaristas vaticanos y analistas llenaban a su manera, a menudo provocando divisiones dentro de la Iglesia que él definía como para “todos, todos, todos”.
En América Latina, donde los líderes políticos suelen oscurecer sus motivos y la desconfianza entre instituciones es profunda, un Papa que se comunica con transparencia tiene un gran valor: la claridad de León reduce el margen de distorsión y fortalece el vínculo entre el pastor y su pueblo.
Esto no significa que los desafíos que León enfrenta estén resueltos. Los primeros meses de cualquier pontificado —como ocurre con los presidentes— son un período de interpretación, donde cada gesto y decisión se analiza en busca de señales de prioridades futuras. En el caso de León, los indicios apuntan a un pontífice que valora la claridad, prioriza la paz y lleva a su ministerio global las lecciones aprendidas en América Latina. Su experiencia pastoral en Perú puede que no defina su pontificado, pero sí informa la manera en que aborda los desafíos, recordando a la Iglesia que el liderazgo comienza con la escucha y la cercanía.
Al mismo tiempo, estos primeros 100 días han puesto de relieve no solo lo que León ha dicho, sino también lo que aún no ha hecho. Ha evitado cambios drásticos de personal o reorganizaciones dramáticas. Es un líder que no se apresura a decidir. Y mantiene esas decisiones muy cerca del corazón: aún no sabemos a quién nombrará como su sucesor para dirigir el Dicasterio para los Obispos, ni cuál será su primer documento programático —una encíclica, una carta apostólica o algo distinto— ni cuál será su tema.
Su ritmo pausado refleja la convicción de que el discernimiento requiere tiempo, y que liderar es tanto escuchar como actuar. En este sentido, parece encarnar lo que los romanos llaman la sabiduría del verano italiano —una temporada en la que la vida se desacelera— y lo que los latinoamericanos reconocerían como la tradición de la siesta: un ritmo cultural que valora la paciencia, la reflexión y el momento oportuno.
Para León, esa paciencia podría convertirse en un sello de su pontificado: la disposición a esperar, a escuchar y a actuar solo cuando el momento esté maduro. Reconociendo que Dios nos creó con dos oídos, dos ojos y una sola boca.
En una era en que la Iglesia enfrenta presiones externas y tensiones internas, el estilo transparente de León puede ser tan trascendental como cualquier reforma o política. Su capacidad de hablar con claridad, de clamar por la paz con urgencia, y de acompañar sus palabras con la paciencia del discernimiento, sugiere un pontificado menos centrado en ser interpretado, y más enfocado en ser escuchado.
Para los católicos en América Latina, y en todo el mundo, esa combinación de claridad y paciencia puede ser una fuente de esperanza: un recordatorio de que el Evangelio sigue hablando con claridad —y a su debido tiempo— al corazón de la experiencia humana.