No se puede evitar la palabra.
Miedo.
En comunidades mayoritariamente latinas del sur de California, sacudidas por semanas de redadas migratorias en aceras y negocios locales, el miedo ha obligado a muchos inmigrantes indocumentados a permanecer en sus casas, alejados del trabajo, la iglesia y la vida cotidiana.
Y no son solo ellos. Otros también sienten temor al ver que esto ocurre en sus ciudades, a sus seres queridos, feligreses, vecinos, empleados y negocios.
Pero todo ese miedo también ha sido canalizado hacia la acción, ya que parroquias católicas en toda la Arquidiócesis de Los Ángeles han buscado formas creativas de ayudar a las familias afectadas.
En la Iglesia Presentación de María, en el sur de LA, un banco de alimentos para familias afectadas por las redadas creció gracias a los feligreses más jóvenes, quienes lo promovieron en redes sociales.
En la Iglesia San Rafael, a unos kilómetros, voluntarios llevan alimentos a los hogares de quienes no pueden salir.

Miembros del Ministerio SHARE de la Iglesia Santa Águeda en Los Ángeles oran durante una distribución de alimentos el 12 de julio para familias necesitadas. (Veronica Reyes)
En la Iglesia San Patricio, al sur del centro, el párroco monseñor Timothy Dyer recibió donaciones de parroquias más acomodadas —como Santa Mónica en Santa Mónica y Holy Family en South Pasadena— para compensar la caída en la colecta tras la drástica baja en la asistencia a Misa.
En la Iglesia Nuestra Señora de Talpa, en el este de LA, el padre Miguel Ángel Ruiz contó que algunos feligreses recogieron a los hijos de inmigrantes indocumentados para llevarlos a Misa, y luego les compraron un helado para ofrecerles un momento de normalidad tras semanas encerrados.
Otras parroquias están haciendo esfuerzos similares, pero más allá de la forma, todo se trata de acompañamiento, explicó Isaac Cuevas, director de inmigración y asuntos públicos de la arquidiócesis.
“Estoy increíblemente orgulloso de que nuestra ciudad, nuestros fieles, están alzando la voz ante la injusticia”, dijo. “Es evidente que la gente ve la necesidad, y que la Iglesia y el arzobispo [José H. Gomez] están haciendo todo lo posible para reconocer a los ‘extranjeros entre nosotros’, haciéndoles saber que los vemos, que estamos con ellos, sin importar lo que digan las leyes o las políticas injustas.”
Incluso antes de que la arquidiócesis anunciara su alianza con líderes empresariales para lanzar un fondo de ayuda financiera para los afectados, decenas de parroquias ya estaban actuando —a veces en silencio— para brindar alivio a hogares golpeados por las redadas. Muchos han perdido sus empleos o prefieren quedarse en casa por miedo a ser detenidos. Otros han visto a familiares arrestados o deportados, quedando sin ingresos.

Fátima, al centro, coordinadora del grupo juvenil en Presentación de María, junto a otros voluntarios del banco de alimentos. (David Ochoa)
En Presentación de María, muchos feligreses mayores y activos dejaron de asistir por miedo a las redadas. Entonces, unos 25 jóvenes del grupo juvenil de la parroquia se ofrecieron como voluntarios para apoyar el banco de alimentos y ayudar a las familias necesitadas, incluyendo aquellas con temor a ICE.
Hace unas semanas, la asistencia al banco de alimentos comenzó a disminuir, lo cual preocupó al padre Fredy Rosales y a los voluntarios. Algunos adultos decidieron entonces entregar alimentos directamente a las casas.
Tras ver un video en Facebook Live del padre Rosales invitando a la comunidad al banco de alimentos, varios jóvenes vieron la oportunidad de difundir la iniciativa en otras plataformas como Instagram.
“Nos dimos cuenta, como grupo juvenil, de que los adultos usan Facebook, pero los más jóvenes no”, dijo Fátima, la coordinadora del grupo, a Angelus.
Desde entonces, el banco de alimentos ha atraído a muchos madrugadores.
“Llego como a las siete u ocho, y ya hay una fila enorme rodeando la iglesia”, contó Ximena, una voluntaria de 17 años.
A pocas cuadras de la iglesia, Margarita vive con su hija de 22 años. Dejó de ir al banco de alimentos por miedo a una redada. “Hace mes y medio que no voy”, dijo.
Se dijo a sí misma: “No quiero tener la mala suerte de estar en la calle esperando comida, y que ellos [ICE] me lleven”.
Por ese mismo miedo, Margarita ya no va ni a la terminal de autobuses. Su hija la lleva al médico y hace las compras por ella.

Voluntarios del grupo juvenil y frailes posan durante una jornada de donación en Presentación de María, en el sur de LA. (Martin Pardo)
El padre Stan Bosch, párroco de San Rafael y terapeuta con años de experiencia con pandilleros, ve su labor como una respuesta a las consecuencias emocionales y espirituales de las redadas migratorias.
“Queremos asegurarnos de que la gente sepa que nos importa y que no vamos a desaparecer”, dijo Bosch. “La iglesia es un lugar donde pueden expresar su dolor y su miedo. Pero estamos limitados, porque ahora muchos tienen miedo de salir de casa.”
En Nuestra Señora de Talpa, el padre Ruiz explicó que la asistencia a Misa ha bajado un 30 % desde que comenzaron las redadas de ICE, pero ha exhortado a su comunidad a encontrar consuelo en las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe: No tengan miedo. Planea colocar una pancarta con ese mensaje en el patio de la parroquia.
“Sí, hay redadas, sí, hay muchas cosas pasando, pero estamos en las manos de Dios, y nuestra Madre Santísima nos cuida y protege. Así que tengan cuidado, pero no tengan miedo.”
Miembros de la Iglesia Santa Águeda entregan bolsas de comida a feligreses que no pueden salir a comprar o trabajar. (Veronica Reyes)
A unos kilómetros al oeste, Irene y su esposo asisten desde hace más de una década a San Patricio, donde lideran un grupo de matrimonios con 12 parejas.
Al escuchar a una pareja contar “cómo planeaban ir al mercado y estar preparados” —por si se producía una redada de ICE, uno se escondería y se quedaría con los hijos—, a Irene se le partió el corazón. Supo que debía contárselo al padre Dyer y hacer algo.
Durante el momento más crítico de las redadas, sus reuniones de junio se realizaron por Zoom durante tres semanas consecutivas. Cuando las redadas disminuyeron, volvieron a reunirse en persona.
Pero el grupo de matrimonios ha mantenido conversaciones sobre “cómo sus hijos han tenido que madurar más rápido.” Algunos hijos mayores ofrecieron ayuda a otras familias.
En San Patricio, el padre Dyer y su equipo pastoral pidieron voluntarios durante las Misas dominicales para un nuevo banco de alimentos. Al final de la tercera Misa, ya tenían 50 inscritos.
“La misión es crear comunidad”, dijo Dyer. “¿Qué tipo de comunidad? Jesús nos lo dijo en el Evangelio de Juan: ‘Ámense los unos a los otros como yo los he amado’.”
Al momento de esta publicación, la parroquia ya había identificado a unas 100 familias en necesidad.
“Cristo está en esta comunidad que nos rodea”, dice Dyer a sus feligreses. “Las personas aquí, según Jesús, deben ser tan importantes para ti como tu propia familia de sangre.”
Aunque el futuro es incierto, las parroquias de la arquidiócesis están respondiendo al momento presente, dijo Cuevas, con la esperanza de que algo bueno surja del dolor causado.
“Creo que al final hay una oportunidad en todo esto, y eso es lo que ha dicho el arzobispo Gomez desde el principio: necesitamos tener una conversación muy distinta sobre la inmigración, enfocarnos en el cambio, en un verdadero camino hacia una reforma integral, de forma que beneficie a nuestras comunidades y no las perjudique.
“Mi esperanza es que todo esto tenga un propósito, que estemos pasando por esto porque nos obliga a repensar el tema desde una perspectiva de compasión.”
El director editorial Pablo Kay contribuyó a este reportaje.