Si alguna vez has visitado un museo del Holocausto, probablemente sentiste el peso opresivo de encontrarte con tanto mal y pecado. Te deja preguntándote cómo puede expiarse tanta oscuridad, cómo los seres humanos pueden causar tanto horror a otros seres humanos.
Y sin embargo, lo hicieron. Y lo siguen haciendo.
Tuve esta experiencia recientemente durante un recorrido por sitios relacionados con los derechos civiles en Montgomery y Selma, Alabama. Si alguna vez nos hemos preguntado cómo fue posible que los alemanes desataran tal horror contra judíos, personas homosexuales y otros, entonces también debemos hacernos esa misma pregunta sobre nuestro propio país cuando se nos presentan de manera tan gráfica los pecados raciales del pasado y del presente.
Montgomery, la capital de Alabama, alguna vez se autodenominó “la cuna de la Confederación”. Antes de la Guerra Civil, fue uno de los mercados de esclavos más grandes del país. Para 1860, Montgomery tenía 400,000 esclavos. Después de la guerra y la Reconstrucción, su gobierno, al igual que muchos otros en el país, instituyó leyes de Jim Crow que atraparon a los afroamericanos en un ciclo de servidumbre empobrecida tan eficaz que incluso los nazis estudiaron ese sistema, con la intención de replicarlo con los judíos. Pero Montgomery también es el lugar donde Rosa Parks se negó a ceder su asiento a una persona blanca. Allí también fue donde Martin Luther King fue pastor de la Iglesia Bautista de Dexter Avenue y donde su casa fue bombardeada. Es el lugar donde comenzó el movimiento moderno por los derechos civiles.
Hoy, en Montgomery, existe un esfuerzo decidido para que Estados Unidos enfrente su pasado con valentía y humildad.
El arquitecto de este encuentro con nuestro pasado es Bryan Stevenson. Afroamericano y graduado de la Facultad de Derecho de Harvard, Stevenson se hizo famoso por el libro “Just Mercy” (One World, $20) y la película del mismo nombre. Tal vez sería más acertado compararlo con un profeta del Antiguo Testamento, llamado a convencer a Estados Unidos de asumir su historia para poder responder con justicia a los desafíos del presente.
Desde que fundó la Iniciativa de Justicia Igualitaria (Equal Justice Initiative) en 1989, brindando asistencia legal largamente postergada a afroamericanos condenados a muerte o a cadena perpetua, Stevenson está convencido de que, hasta que Estados Unidos no enfrente con claridad las injusticias del pasado y los horrores que permitió, no podrá sanar verdaderamente en el presente. No es una tarea fácil.
“Tenemos que aprender a estar cómodos con lo incómodo”, ha dicho Stevenson. “La justicia nunca llega cuando uno solo hace lo que es cómodo y conveniente. El cambio nunca llega. La opresión nunca termina. La igualdad nunca prevalece.”

El arzobispo Borys A. Gudziak, de la Arquidiócesis Católica Ucraniana de Filadelfia (a la derecha), conversa con Bryan Stevenson, fundador y director ejecutivo de Equal Justice Initiative, durante una reciente peregrinación a Selma y Montgomery, Alabama. (OSV News/Catholic Mobilizing Network)
En el corazón de la Confederación, Stevenson nos ha dado las herramientas para enfrentar nuestro pasado y comprender mejor nuestro presente.
El Museo del Legado en Montgomery es el equivalente, en cuanto a la esclavitud como propiedad, a un museo del Holocausto. Se escuchan las voces de madres a quienes les arrebataron a sus hijos para venderlos. Se siente el látigo y se sufre la crueldad no solo de los siglos de esclavitud, sino también de la era posterior a la Reconstrucción, que fue su siguiente fase. Las leyes de Jim Crow, los linchamientos como método de terror, la brutalidad cotidiana que incluso hoy se manifiesta en la encarcelación masiva, una realidad que prácticamente garantiza que uno de cada tres niños afroamericanos terminará en prisión.
También está el Monumento Nacional por la Paz y la Justicia en Montgomery, que conmemora dramáticamente cada condado de Estados Unidos donde se ha comprobado que ocurrieron linchamientos entre 1877 y 1950. Hasta ahora, se han documentado los linchamientos de 6,500 hombres y mujeres afroamericanos.
Tuve el privilegio de participar recientemente en una especie de peregrinación por el Movimiento de Derechos Civiles, organizada por la Catholic Mobilizing Network y la Congregación de los Ministerios de San José. Crucé el puente Edmund Pettus en Selma, escena clave de la marcha por el derecho al voto de 1965 hacia Montgomery. También visité el Museo de Rosa Parks y el Parque de Esculturas del Monumento a la Libertad.
¿Por qué hacerlo? ¿Por qué alguien se expondría a algo tan perturbador? Yo digo que “tenemos que aprender a estar cómodos con lo incómodo”.
Los recientes intentos de censurar sitios web del gobierno y eliminar referencias al racismo institucional y a los héroes que lucharon contra él solo nos condenan a una mayor ignorancia y a un ajuste de cuentas aún más tardío. Corremos el riesgo de nuevos horrores contra minorías despreciadas. Dejamos la oscuridad en nuestro corazón humano sin exponerla a la luz.
Los obispos católicos de Estados Unidos explican por qué debemos enfrentar nuestro pasado en su carta pastoral contra el racismo de 2018, titulada “Abran de par en par nuestros corazones”: “El mal del racismo sigue creciendo en parte porque, como nación, ha habido un reconocimiento formal muy limitado del daño hecho a tantos; no ha habido un momento de expiación, ni un proceso nacional de reconciliación, y, con demasiada frecuencia, un descuido de nuestra historia.”
Quizás sea un poeta quien mejor puede explicar por qué deberíamos ir a Montgomery, o por qué deberíamos dar este primer paso.
Grabadas en una pared del centro de Montgomery están estas palabras de la poeta Maya Angelou: “La historia, a pesar de su dolor desgarrador, no se puede desvivir; pero si se enfrenta con valentía, no tiene por qué repetirse.”