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El 29 de septiembre, el Arzobispo Gomez celebró la “Misa anual por todos los inmigrantes” en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. Lo que sigue es una adaptación de su homilía.

Cada año, en esta hermosa Misa celebramos el espíritu inmigrante de la ciudad de Los Ángeles y la hermosa diversidad de pueblos que conforman la familia de Dios en la Arquidiócesis de Los Ángeles y en las Diócesis de Orange, San Bernardino y San Diego.

Celebramos los recorridos que nos han traído a este país, nuestras tradiciones y nuestras culturas. Recordamos las tierras en las que nacimos, de nuestras familias y amigos; y compartimos también nuestras esperanzas para el futuro.

Muchos de los que estamos aquí esta tarde llegamos al Sur, provenientes de algún otro lugar, muy lejano a éste. Algunos de nosotros llegamos aquí por elección propia y otros por necesidad.

Todos llegamos aquí con nuestros propios dones, para compartirlos, para construir un nuevo hogar, para crear una nueva vida.
Ésa es la historia de Estados Unidos, que es una nación de inmigrantes, un país integrado por muchas nacionalidades y muchos pueblos.

Y el espíritu inmigrante es también el espíritu de la Iglesia Católica, que es un pueblo peregrino, la familia de Dios, proveniente de todos los países, provenientes de todos los rincones de la tierra.

Por eso, hoy le damos gracias a Dios en esta santa Misa por su gracia y por su misericordia, y le pedimos su bendición para nuestras familias y para nuestras comunidades.

Nos hemos reunido en este día porque creemos en Dios y en las promesas de este maravilloso país.

Estados Unidos siempre ha sido excepcional, porque ha sido siempre un hogar para pueblos de todas las tierras.

Esta nación ha sido un faro de esperanza, un refugio para muchos pueblos que ya no tienen ningún lugar al cual recurrir. Estados Unidos es una nación integrada por muchas nacionalidades, una nación de migrantes y de refugiados.

Así que hoy nos acercamos a este altar para darle gracias a Dios por las bendiciones que ha derramado sobre nuestras familias y sobre nuestras comunidades. Venimos, también, trayendo todas nuestras preocupaciones, nuestras penas y nuestros sueños, para poner todo eso hoy ante Jesús en este altar.

En este día, pidámosle a Dios por la renovación de esa perspectiva fundacional de Estados Unidos que destaca la unidad de la nación, su dependencia de Dios, y el hecho de que gente de todas las razas y lenguas puede vivir en unidad e igualdad, como hermanos y hermanas.

Dentro el plan de amor de Dios, cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar. Cada uno de nosotros está llamado a ser un apóstol. De eso nos habla Jesús en nuestro Evangelio de hoy.

Jesús nos dice en este día que incluso las cosas pequeñas pueden ser hechas en su servicio, tales como ofrecerle agua al que tiene sed.

Describe esto con hermosas palabras: “Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa”.

¡Dios quiere que hagamos cosas bellas en nuestra vida! Él quiere que compartamos nuestra fe, nuestro amor, nuestras tradiciones, para edificar así su reinado en la tierra.

Y Jesús nos recuerda hoy que Dios no nos pide gestos grandiosos ni obras ni logros espectaculares.

Podemos servir a Dios en nuestras familias, en nuestros hogares y en nuestros vecindarios, incluso con los más pequeños actos de bondad de nuestra vida diaria.

Lo importante es que hagamos todo por Jesús, todo por amor a Él y por amor a los demás.

Si llevamos a cabo los deberes de nuestra vida diaria con un corazón dedicado a amar a Dios y a nuestro prójimo, entonces estaremos haciendo la voluntad de Dios, estaremos construyendo su Reinado de amor.

Y como nos dice Jesús hoy, si hacemos todo con amor, no perderemos nuestra recompensa. ¡Y nuestra recompensa es el cielo, la vida eterna en el amor que no tiene fin! ¡Qué hermosa recompensa es ésa!

Por eso, ahora que estamos celebrando los hermosos dones que tenemos como inmigrantes y como discípulos, pidamos la gracia de profundizar en nuestro amor a Jesús y en nuestro compromiso por servirlo.

Sigamos orando por todos los hombres y mujeres, por todos los niños y familias, por los migrantes y refugiados de todo el mundo que se ven obligados a abandonar sus hogares por la violencia o la pobreza, en busca de la dignidad y de una vida nueva.

Oremos por los líderes de las naciones, para que abran sus corazones y trabajen con sinceridad y generosidad para ayudar a los necesitados.

Y pidámosle a la Santísima Virgen María que ella nos ayude a todos a darnos cuenta de que, al estar unidos a su Hijo Jesucristo, formamos todos parte de una única familia, y somos todos hijos e hijas del Dios que nos ama.