BUENOS AIRES -- A menudo se dice que somos nosotros mismos cuando estamos felices, cómodos y rodeados de aquellos a quienes amamos y confiamos. Durante cada uno de los casi 30 viajes que hice, como reportera, con el Papa Francisco, siempre hubo un momento memorable en el que su verdadero yo salía a flote.

Al principio, reconocríamos este momento con facilidad. El pontífice ignoraba por completo sus discursos preparados y comenzaba a hablar en español, y el intérprete a menudo luchaba por mantenerse al día, particularmente cuando hablaba en dialecto argentino.

En estos días, más asentado en su papel de Papa trotamundos y menos propenso a salirse del guión cuando habla a miles, todavía se puede identificar el momento en que se olvida de que lleva las preocupaciones terrenales de la Iglesia Católica sobre sus hombros, y vuelve a ser ese joven que prometió dedicar su vida a Cristo.

Estos momentos nunca ocurren durante las visitas obligatorias con los políticos, ni durante las Misas necesariamente solemnes.

El Papa de las periferias cobra verdadera vida en los estadios de fútbol rodeados de miles de jóvenes en Corea del Sur, en una prisión de alta seguridad en México o en un vertedero municipal convertido en una ciudad dentro de la ciudad en Antananarivo, capital de Madagascar. La alegría que sintió el Papa Francisco cuando visitó a su compatriota argentino, el Padre Pedro Opeka, misionero y fundador de Akamasoa, la asociación humanitaria que sirve a las personas que viven en el basurero, está arraigada en el corazón y la mente de muchos de los, a menudo hastiados, reporteros que viajan a bordo del avión papal.

El Padre Opeka convirtió un lugar donde los niños se peleaban con los perros por la comida desechada en una ciudad de amistad, con sus propias escuelas, universidades, centros deportivos y una Iglesia que recibe a amigos y enemigos de la fe todos los fines de semana. La Misa dominical en Akamasoa se ha convertido en una visita de rigor para todo visitante.

Desde el comienzo de su pontificado, el primer Papa del Sur Global ha estado denunciando el consumo y la explotación graduales del tercer mundo por parte de Occidente. Viniendo del hemisferio sur, el Papa es particularmente consciente de esta realidad y ha utilizado su plataforma papal para dar voz a los que no tienen voz y que están oprimidos por la pobreza, la explotación, el liderazgo corrupto y la guerra.

Lo vimos a principios de este año, cuando cumplió lo que llamó una visita "soñada" a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, dos países de África afectados por la guerra, la explotación externa y el hambre.

Desde la pequeñez de estos países, pequeños en la escena internacional, claro, el Papa Francisco llamó al mundo a ver no solo sus dificultades, sufrimientos y marginalidad, sino también los muchos dones y recursos que tienen ambas naciones. Como dijo del Congo, es una "tierra rica en recursos y ensangrentada por una guerra que nunca termina".

Cuando está de viaje, el Papa Francisco elige hablarle al mundo desde lugares que realmente necesitan la atención papal, no solo para resaltar el sufrimiento experimentado allí, sino también para resaltar los muchos dones que podrían compartir con el resto de la humanidad, pero con justicia. Desde la República Centroafricana hasta Bangladesh, desde Tailandia hasta Paraguay, desde Irak hasta Kazajstán, el Papa Francisco modela lo que predica: es un verdadero Papa de las periferias.

Incluso cuando visitó las superpotencias del mundo, el Papa Francisco destacó a los marginados. La histórica visita a Cuba camino a Estados Unidos en 2015 no fue una palmadita en la espalda al régimen comunista. Hizo un viaje, aparentemente imposible en ese momento, para insistir en la necesidad de mantener espacios abiertos para las acciones diplomáticas. Con la reflexión y el diálogo quería prevenir -- y en este caso tratar de resolver -- problemas.

Cuando fue a Francia en 2014, el Papa Francisco pronunció un sombrío diagnóstico en el Parlamento Europeo en Estrasburgo: Europa, declaró, había perdido el rumbo, sus energías se habían agotado por la crisis económica y una burocracia tecnocrática remota. El continente era sólo un espectador en un mundo que se había vuelto menos eurocéntrico. Dijo que el resto del mundo a menudo mira al continente como una anciana estéril: "Desde muchas partes se recibe una impresión general de cansancio, de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz", subrayó el pontífice.

Cuanto más humilde es la gente con la que se encuentra, al parecer, más propenso es Francisco a elogiarlos y defenderlos. No se trata, por supuesto, de un Papa que promueve la pobreza, sino de un hombre que ha encontrado en los humildes de esta tierra, la clara representación de lo que quiere decir cuando llama a una “Iglesia pobre para los pobres”, que sale de la sacristía para encontrar a las personas donde están: una "Iglesia en salida".

Para muchos, entender lo que quiere decir con esto ha sido un desafío. Hay quienes piensan que quiere una iglesia marxista, populista o peronista, en referencia al partido Justicialista de Argentina, fundado por el general Juan Domingo Perón e inmortalizado de manera artística, aunque históricamente inexacta, por "Evita" de Andrew Lloyd Webber. Otros creen que quiere reformar la Iglesia para que se centre únicamente en los excluidos porque viven en situaciones que la Iglesia enseña que son irregulares: las parejas divorciadas que se han vuelto a casar civilmente; los que cohabitan; la comunidad LGBT, y así sucesivamente. Pero al final del día, las personas que conocen mejor al Papa, aquellos que lo conocieron cuando era solo el Padre Jorge Mario Bergoglio, entienden que la idea de una "Iglesia pobre para los pobres" es literal, no una metáfora.

El teólogo argentino Juan Carlos Scannone dice que una parte clave de lo que da forma al pensamiento de Francisco es una corriente fuertemente argentina de pensamiento católico llamada "teología del pueblo".

Sostiene, Scannone me dijo hace años, que la reflexión sobre prácticamente cualquier tema no debería comenzar con categorías ideológicas, sino con las experiencias concretas de la gente común.

Los amigos dicen que la identidad de Bergoglio fue forjada por la religiosidad popular de Buenos Aires, parte de la cual se remonta a la época colonial que trajo devociones como Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina. Una segunda influencia es la de los inmigrantes que hacían cola durante horas para venerar la imagen de San Cayetano, patrón del pan y del trabajo.

Estas expresiones de piedad popular han hecho que millones acudan a los santuarios como expresión de la fe del pueblo. Francisco aprendió a valorar tales expresiones de devoción desde el principio, viéndolas no solo como pintorescas o kitsch, sino como una piedra de toque tanto para la teología como para la actividad pastoral.

Se han escrito tratados teológicos sobre el Papa Francisco y esta religiosidad popular. Otro elemento arraigado en esta teología del pueblo, a menudo ignorado, puede ayudarnos a comprender su constante acercamiento a los humildes de esta tierra: no sólo proviene del Evangelio sino de su experiencia de primera mano de la increíble generosidad que a menudo muestran aquellos que tienen menos. No me malinterpreten: no romantizo la pobreza cuando digo que en esos barrios bajos de Buenos Aires los vecinos se conocen por su nombre, se ayudan cuando no hay nada para comer, se apoyan y se defienden de la constante amenaza del abuso de sustancias. En otras palabras, los que no tienen nada están dispuestos a darlo todo.

Francisco vio esto de primera mano cuando caminaba por estos barrios marginales, y lo proyecta como la realidad sobre el terreno en las periferias que visita cuando viaja al extranjero, la mayoría de ellas tierras de misión abandonadas por todos menos por Dios.

El Papa de las periferias arroja luz sobre los que menos tienen, no solo porque cree que el mundo puede ayudar, sino porque sabe que los acomodados pero espiritualmente empobrecidos tienen mucho que aprender de ellos, incluido el papel de la generosidad, si vamos construir una paz duradera.

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Inés San Martín es vicepresidenta de comunicaciones de las Obras Misionales Pontificias de EE.UU. San Martín también es ex responsable de la Oficina de Roma del medio periodístico Crux.