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C.S. Lewis dijo una vez: "No hay libro que merezca la pena leer a los diez años que no merezca igualmente -y a menudo mucho más- la pena leer a los cincuenta y más".

La observación de Lewis se me hizo cierta al volver a leer los libros de Don Camilo del escritor italiano Giavannino Guareschi. Los leí por primera vez a los trece años, pero esta relectura me dejó preguntándome qué había captado de él la primera vez. Muchas cosas me parecieron nuevas y perspicaces.

Guareschi fue un periodista, escritor y caricaturista con una vida llena de historias. Nacido en 1908 en el norte de Italia, no pudo terminar sus estudios universitarios debido a las dificultades económicas de su familia. Trabajó en un periódico y, como buen humorista, acabó escribiendo y editando para revistas de humor.

Un artículo satírico en particular le trajo problemas, lo que le llevó a alistarse en el ejército italiano para evitar problemas con el gobierno de Mussolini. Después de que Italia cambiara de bando y entrara en guerra con el ejército de Hitler, fue capturado por los alemanes y recluido en un campo de prisioneros. Le ofrecieron la libertad a cambio de apoyar el régimen fascista italiano, pero se negó. Después de la guerra, dio gracias a Dios por no haber odiado a nadie.

De vuelta a casa, fundó otra revista de humor con simpatías monárquicas. Cuando el rey de Italia fue depuesto y se declaró la república, Guareschi, como la mayoría de los católicos, apoyó a la Democracia Cristiana en su lucha contra el Partido Comunista, una victoria por los pelos que contó con la ayuda del propio Papa.

Guareschi participó en el triunfo de la "Democrazia Cristiana", pero pronto se desencantó de la política del partido oficial. En un momento dado, fue encarcelado por difamación por publicar un ataque contra el primer ministro de Italia.

El narrador era un poco como Mercutio en "Romeo y Julieta" de Shakespeare, que deseaba "una plaga en vuestras dos casas" a los Montesco y los Capuleto. Firme anticomunista, distinguía sin embargo entre los idealistas y las masas, con simpatía por lo que éstas entendían que representaba el comunismo.

Exploró estas tensiones en los libros de Don Camilo. Guareschi creó una pequeña ciudad ficticia (un mundo, en realidad) con un alcalde comunista, Guiseppe Peppone, enfrentado al párroco titular. Los dos, más parecidos que no, se enzarzaban en una cómica batalla de ideologías.

Guareschi era un humorista, una especie de Mark Twain de la literatura italiana, pero mucho más cristiano y humano. Como tal, presenta a Peppone como un infeliz marxista que no ha abandonado su fe, pero intenta ocultarla. Camilo está escrito como un cura luchador y un auténtico chusquero, que es amonestado por la figura de Jesús en el crucifijo de la parroquia.

Como persona que ha sido párroco en una pequeña ciudad de El Salvador y como superviviente de disputas con varios alcaldes, esta vez aprecié cómo Guareschi capta el aspecto cómico-heroico de los inevitables conflictos que surgen en una ciudad con muchas tradiciones religiosas.

En un momento dado, Peppone y sus hombres deciden que participarán en la bendición anual de las aguas del río que pasa por el pueblo y en la oración contra las inundaciones, pero el cura no les permite desfilar con la bandera del Partido Comunista. Los comunistas toman represalias amenazando a cualquiera que acompañe a Camilo en la procesión. A su vez, el cura dice a algunos ancianos que no vengan porque habrá problemas.

Camilo va solo, llevando el gran crucifijo en un arnés mientras marcha hacia el río. Peppone y sus hombres se interponen bloqueando la calle. Camillo carga, los hombres rompen filas y sólo queda Peppone. "Quitaos de en medio", dice el sacerdote. "No me muevo por este cura, sino por Él", dice Peppone señalando a Cristo en la cruz. "Entonces quítate el sombrero de tu gorda cabeza", dice el cura y continúa con la bendición.

En otro cuento, Peppone acude a la iglesia para encender velas por su hijo enfermo, pero no invita al cura a su casa por miedo a que le dé la extrema unción. En aquella época, eso significaba que no se esperaba que el enfermo se recuperara.

Tras oír al médico decir que el niño necesita una medicina del pueblo de al lado, el sacerdote se hace con una motocicleta y acelera hasta el hospital, salvando al niño. El dueño de la moto duda, pero el cura le dice: "Si este niño muere, te rompo el cuello". Estoy seguro de que Camilo tendría problemas con la corrección política que se espera de la atención pastoral en el mundo real, pero su corazón estaba en el lugar correcto.

Guareschi escribió las historias con prisas, pero tienen el encanto de los cuentos populares. En otro episodio, el cura sorprende al alcalde rezando ante el altar de la Virgen, encendiendo una vela en agradecimiento por haber ganado unas reñidas elecciones. Cuando Peppone se marcha, Camilo tiene uno de sus habituales coloquios con Cristo en la cruz del altar mayor. Se queja de la hipocresía del comunista que agradece a la Virgen su reelección. Cristo amonesta a su sacerdote para que tenga más caridad, pero entonces se revela que Camilo también votó a Peppone.

Los cuentos tratan, en definitiva, de los secretos de un pequeño pueblo, pero también de las maravillas del corazón de un sacerdote que es un verdadero pastor de su rebaño. El conflicto dialéctico entre Peppone y Camilo se sumerge en la comunión de la Iglesia, la verdadera comunidad de los discípulos.